Fuego Liquido

Fuego Liquido
Muchas veces creemos que el agua es fría y gélida, por lo que es mala. Otras tantas pensamos que el fuego es candente y peligroso, y es malo. Pero, los dos dan vida, entonces, ¿fuego o agua?

++Frase Aleatoria++

No importa lo que haga, cada persona en la Tierra está siempre representando el papel principal de la Historia del mundo. Y normalmente no lo sabe

diciembre 07, 2008

Emilia y Camilo

Emilia siempre amó a Andrés. Camilo siempre amó a Helena.
En realidad, decir “siempre” es atar demasiado. Digamos que Emilia amó a Andrés desde que lo conoció, mismo caso con Camilo.
Y, sin embargo, sus amores no eran correspondidos. Tanto Andrés como Helena tenían sus afectos ocupados con otras personas. Y así fue como Emilia y Camilo se resignaron a amar en silencio.
Y los años pasaron, Emilia y Camilo crecieron, dejaron de ser los niños de antes, comenzaron a encarar la vida con una nueva mirada. Guardaron su amor en lo más profundo, deseando que nunca se perdiera, y dieron vuelta la cabeza para seguir adelante, pero con el anhelo de su corazón más claro que nunca.
Así se conocieron Emilia y Camilo, y su amistad cada día fue más y más fructífera, hasta llegar a depender el uno del otro.
Y, como es la ley de la vida, Emilia y Camilo recibieron lo que merecían por su obstinada espera.

Una tarde, casi al llegar la noche, Emilia se encontraba en una plaza, estirada cuán larga era en la hierba húmeda, contemplando las estrellas que aparecían, perezosas. Sonreía. Buscaba en su interior al dueño de su sonrisa, a Andrés, su rostro, su voz, sus ojos. Y lo encontró. Pero no sintió nada. Fue como ver un rostro más, a alguien desconocido. Emilia se asustó, pues aquel mismo día Andrés le había confesado su amor, le había prometido cuidarla y acompañarla para siempre, le había entregado su corazón. Y ella, Emilia, ya no sentía nada por él. Se desesperó y comenzó a llorar; pero las lágrimas no revivieron la flor muerta de su afecto: el amor se había ido de su corazón, Andrés ya no era más que un amigo, y quizás ni siquiera eso. Emilia lloró en silencio el vacío de su alma.
Más allá, en otro lugar, un joven sonreía sobre su cama deshecha. Era Camilo que recordaba la tierna escena de aquella tarde, en que Helena se le había confesado al fin, en que todos sus deseos y anhelos se habían concretado, con ella parada frente a él, mirándolo a los ojos y diciéndole que le amaba. Cerró los ojos y esperó que la euforia llegara. Pero no llegó, así como tampoco llegaron las cosquillas en el estómago, ni el hormigueo en las manos. No había nada, y por más que rebuscó en su interior, no encontró algo con respecto a Helena que le hiciera sonreír con amor. Y quiso morir. Pero no lo llegó a concretar, porque en ese momento sonó su teléfono celular. Era Emilia, quien le rogaba se vieran enseguida, con la voz anegada en lágrimas.
Camilo llegó a la plaza donde estaba Emilia, la vio llorando de dolor, en silencio, y comprendió en su alma lo que había sucedido. Lo mismo hizo ella cuando le vio. Se abrazaron y lloraron. “¿Y ahora qué haremos?” preguntó Emilia, resumiendo los pensamientos de los dos. Camilo la miró con profundo dolor, y le dijo algo al oído. A medida que las palabras llegaban a la mente de la joven, su rostro se cubría de angustia, pero su respiración se fue calmando, y sus ojos mostraban una determinación segura e indestructible. Lo harían. Era su deber. Se abrazaron una vez más, se desearon suerte, se entregaron energía y acordaron verse cada vez que sintieran que esta decisión los sobrepasaba.


Y así pasaron los años. Emilia se casó con Andrés, en una boda magnífica, con muchos invitados y un baile espléndido. Tuvieron dos hijos, una niña y un niño a los que llamaron Andrea y Luis. Se compraron una casa grande, con mucho patio, y tuvieron un perro. Una vida perfecta. Andrés amaba a Emilia más que a su vida, y Emilia… bueno, Emilia fingía algo que no sentía, que nunca más sentiría. Pero sí le hacía feliz ver a su familia feliz, aunque ella no lo fuera.
Camilo, en tanto, se casó con Helena. Tuvieron una niña, a la que llamaron Daniela. Se fueron a vivir a una casa en un condominio, con un gato de mascota. Vivían cómodamente, con algunos lujos producidos por el salario fructífero de Camilo. Era una familia perfecta. Helena adoraba a Camilo como nunca creyó hacerlo, y éste la hacía feliz, aunque llorara en silencio cada noche su desgracia.

Y así vivieron Emilia y Camilo, entregando sus vidas a aquellos a los que, un día, prometieron amar para siempre, y por los que ya no podían sentir nada. Camuflando su dolor con sonrisas cálidas y caricias tiernas. Y se veían cada cierto tiempo, se miraban a los ojos, y lloraban.
Emilia y Camilo estaban enamorados, pero no de sus parejas. Emilia amaba a Camilo y Camilo amaba a Emilia. Y así sería para siempre.