Fuego Liquido

Fuego Liquido
Muchas veces creemos que el agua es fría y gélida, por lo que es mala. Otras tantas pensamos que el fuego es candente y peligroso, y es malo. Pero, los dos dan vida, entonces, ¿fuego o agua?

++Frase Aleatoria++

No importa lo que haga, cada persona en la Tierra está siempre representando el papel principal de la Historia del mundo. Y normalmente no lo sabe

enero 25, 2009

El Hada y el Sol


Para mi amiga, mi luz...
Vanessa.


El hada y el Sol.

Había una vez un hada, hermosa criatura, que vivía en un bosque, en soledad. Esta hada era esbelta, de oscuro cabello y oscuros ojos; sus facciones eran suaves, y su porte digno. El hada era sabia, muy sabia, pero no podía compartir su sabiduría con nadie, porque no le agradaba la compañía, y la compañía la evitaba a ella.

Un día, estando en su árbol, el viento le llevó rumores extraños sobre el mundo de allá afuera. Le decía que la gente ya no creía, la gente ya no esperaba, la gente ya no amaba… El hada se puso muy triste, porque siempre había querido conocer la calidez de un abrazo, la alegría de un niño, el amor de una pareja; y ahora que todo lo lindo estaba muriendo en los hombres, ella no podía cumplir su sueño. Tras meditar largo rato, decidió salir al mundo, e intentar rescatar aunque fuera un poco del amor que tanto ansiaba.

Nerviosa y tímida como era, salió a campo abierto. Fuera de la mullida cubierta del bosque, por donde la luz del sol entraba a penas, el día era mucho más claro. Había un cielo nublado, pero aún así iluminado por un sol invisible. Preguntándose cómo comenzaría su misión llegó a un pequeño pueblito, con pocos habitantes. “Quizás aquí no hayan perdido el amor”, pensó el hada, deseosa de volver cuánto antes a su eterna soledad.

Caminó por entre el pueblo, y encontró a un hombre adulto sentado en una roca, cabizbajo.

-¿Puedo ayudarle en algo?- preguntó en un susurro, acercándose a el con parsimonia. Enseguida se arrepintió de haberlo hecho, porque quizás el hombre quería estar solo, y ella era una interrupción.

-Lo dudo, bella hada- suspiró el hombre, mirándola a los ojos. Parecía realmente mortificado.- Tengo una esposa y dos hijos, y no tengo trabajo. No tengo qué darle de comer a mis pequeños, y mi esposa me reclama por un lecho en dónde dormir. He buscado durante meses, pero nadie parece necesitar nada…

El hada sintió el dolor del hombre, y fue incapaz de seguir junto a él. Con la cabeza gacha, siguió su camino pueblo adentro.

Unos minutos más tarde, encontró a una mujer llorando fuera de la puerta de su casa. Sus ropas negras se agitaban a causa del viento, al igual que su pelo.

-¿Puedo ayudarle en algo?- inquirió una vez más, agachándose junto a la bella y joven mujer.

-¡Ay hada!- suspiró ella, alzando sus ojos- Mi joven esposo está moribundo, le acaece una extraña dolencia, y los médicos dijeron que ya nada quedaba por hacer. –La mujer se encogió de hombros y esbozó una apagada sonrisa.- Incluso he vestido de negro ya para estar lista cuando llegue el momento.

El hada sintió como sus ojos se llenaban de lágrimas, y por inercia continuó su camino, con la tristeza del hombre pobre y la mujer casi viuda en su corazón.

Un poco más allá, se encontró con un niño pequeño, que sentado sobre la tierra dura, miraba con tristeza un soldadito de madera que sostenía en sus manos.

-¿Qué sucede, pequeño?- le preguntó con voz queda, sentándose a su lado.

El niño la miró con los ojos llorosos, y le mostró su juguete.

-Este soldadito me lo hizo mi papá. –Relató.- Y ahora él se ha ido con otra mujer, y nos ha dejado solos a mi madre y a mí. Y no quiero verla llorar otra vez por él, porque ella y yo todavía lo queremos mucho.

El hada sintió que su corazón se partía en dos ante la inocente tristeza del niño, y quiso correr lejos de ahí, a su árbol, a su soledad.

Y así lo hizo. Salió corriendo hacia su bosque, y se agazapó entre las ramas de su amado árbol. Pero no encontró consuelo. Los rostros afligidos del hombre, la mujer y el niño volvían una y otra vez a su mente, y le hacían imposible la tranquilidad. Pasó así varios días, hasta que, sin soportarlo más, volvió al campo abierto. Esta vez el sol le golpeó de lleno en el rostro, y tuvo que cerrar los ojos por un momento para que no le doliera. Nunca había visto el sol, pasando toda su vida en el bosque, protegida por la capa de copiosas hojas que formaban una cubierta penetrable a penas por la luz. Con miedo, levantó su cabeza y abrió los ojos. Y allí estaba, el sol, poderoso, majestuoso, imponente en medio del cielo azul. Y el hada quedó maravillada con su luz, con su calor

-¿Cómo he podido vivir toda mi vida sin verte ni una vez, Oh sol mío?- murmuró emocionada.- ¿Cómo he podido sobrevivir sin tu luz y tu abrazo cálido?

Llorando de felicidad, se sentó sobre la hierba fresca a contemplar el cielo, ya que aún le dolía mirar el sol directo a los ojos. De pronto, se sintió completa, llena por vez primera desde que tuviera conciencia. Y, sin miedo de quemarse, clavó sus ojos en el gran astro, absorbiendo toda su luz, todo su calor. Y sintió a su alma elevar un canto de amor hacia la vida y la esperanza. Se incorporó de un salto, y corrió danzando hacia el pueblo que antes visitara con tan distinto ánimo. Y no paró hasta llegar al lugar donde, suponía ella, estaría aún el hombre pobre. En efecto, ahí se encontraba él, aún abatido, afligido y con claras señas de no haberse movido por un largo rato. Se acercó a él, y le tomó las manos con ternura. El hombre la miró extrañado, pero quedó hipnotizado en su mirada. Sus ojos reflejaban la luz del sol, y sintió ánimos para seguir buscando su trabajo. Le sonrió y se puso de pie y emprendió su camino otra vez.

El hada siguió pueblo adentro y se paró frente a la casa de la mujer, que seguía sentada en la puerta, vestida de negro. Al parecer, su marido aún no moría. Le tomó el mentón y se lo levantó.

-Confía, mujer. Sólo así tu marido se sanará.-La mujer le miró confusa, y esbozó una sonrisa tímida ahora- ¡Ve a cuidarlo! ¡No te rindas! El te necesita, ¡ayúdale!

La mujer sonrió con nueva energía, y entró corriendo a la casa.

El hada siguió su camino, y llegó junto al niño del soldadito. Lo tomó en brazos, lo arrulló contra su pecho, y murmuró en su oído.

-No estás solo, pequeño. Tu madre y tú aún se tienen el uno al otro. Sonríe, ¡Ve a jugar! Sólo así tu madre será feliz.

El niño la abrazó con fuerza y luego bajó de un salto, y fue a jugar con sus amigos.

Desde aquel día el hada vivió entre los hombres y mujeres del pueblo, ayudándoles y entregándoles su amor. Y todos confiaban en ella, y todos le amaban, porque su ser, su sonrisa y sus ojos reflejaban el calor del sol, la luz del sol, e iluminaban sus días más oscuros con una luz de esperanza, de amor.