Fuego Liquido

Fuego Liquido
Muchas veces creemos que el agua es fría y gélida, por lo que es mala. Otras tantas pensamos que el fuego es candente y peligroso, y es malo. Pero, los dos dan vida, entonces, ¿fuego o agua?

++Frase Aleatoria++

No importa lo que haga, cada persona en la Tierra está siempre representando el papel principal de la Historia del mundo. Y normalmente no lo sabe

diciembre 07, 2008

Emilia y Camilo

Emilia siempre amó a Andrés. Camilo siempre amó a Helena.
En realidad, decir “siempre” es atar demasiado. Digamos que Emilia amó a Andrés desde que lo conoció, mismo caso con Camilo.
Y, sin embargo, sus amores no eran correspondidos. Tanto Andrés como Helena tenían sus afectos ocupados con otras personas. Y así fue como Emilia y Camilo se resignaron a amar en silencio.
Y los años pasaron, Emilia y Camilo crecieron, dejaron de ser los niños de antes, comenzaron a encarar la vida con una nueva mirada. Guardaron su amor en lo más profundo, deseando que nunca se perdiera, y dieron vuelta la cabeza para seguir adelante, pero con el anhelo de su corazón más claro que nunca.
Así se conocieron Emilia y Camilo, y su amistad cada día fue más y más fructífera, hasta llegar a depender el uno del otro.
Y, como es la ley de la vida, Emilia y Camilo recibieron lo que merecían por su obstinada espera.

Una tarde, casi al llegar la noche, Emilia se encontraba en una plaza, estirada cuán larga era en la hierba húmeda, contemplando las estrellas que aparecían, perezosas. Sonreía. Buscaba en su interior al dueño de su sonrisa, a Andrés, su rostro, su voz, sus ojos. Y lo encontró. Pero no sintió nada. Fue como ver un rostro más, a alguien desconocido. Emilia se asustó, pues aquel mismo día Andrés le había confesado su amor, le había prometido cuidarla y acompañarla para siempre, le había entregado su corazón. Y ella, Emilia, ya no sentía nada por él. Se desesperó y comenzó a llorar; pero las lágrimas no revivieron la flor muerta de su afecto: el amor se había ido de su corazón, Andrés ya no era más que un amigo, y quizás ni siquiera eso. Emilia lloró en silencio el vacío de su alma.
Más allá, en otro lugar, un joven sonreía sobre su cama deshecha. Era Camilo que recordaba la tierna escena de aquella tarde, en que Helena se le había confesado al fin, en que todos sus deseos y anhelos se habían concretado, con ella parada frente a él, mirándolo a los ojos y diciéndole que le amaba. Cerró los ojos y esperó que la euforia llegara. Pero no llegó, así como tampoco llegaron las cosquillas en el estómago, ni el hormigueo en las manos. No había nada, y por más que rebuscó en su interior, no encontró algo con respecto a Helena que le hiciera sonreír con amor. Y quiso morir. Pero no lo llegó a concretar, porque en ese momento sonó su teléfono celular. Era Emilia, quien le rogaba se vieran enseguida, con la voz anegada en lágrimas.
Camilo llegó a la plaza donde estaba Emilia, la vio llorando de dolor, en silencio, y comprendió en su alma lo que había sucedido. Lo mismo hizo ella cuando le vio. Se abrazaron y lloraron. “¿Y ahora qué haremos?” preguntó Emilia, resumiendo los pensamientos de los dos. Camilo la miró con profundo dolor, y le dijo algo al oído. A medida que las palabras llegaban a la mente de la joven, su rostro se cubría de angustia, pero su respiración se fue calmando, y sus ojos mostraban una determinación segura e indestructible. Lo harían. Era su deber. Se abrazaron una vez más, se desearon suerte, se entregaron energía y acordaron verse cada vez que sintieran que esta decisión los sobrepasaba.


Y así pasaron los años. Emilia se casó con Andrés, en una boda magnífica, con muchos invitados y un baile espléndido. Tuvieron dos hijos, una niña y un niño a los que llamaron Andrea y Luis. Se compraron una casa grande, con mucho patio, y tuvieron un perro. Una vida perfecta. Andrés amaba a Emilia más que a su vida, y Emilia… bueno, Emilia fingía algo que no sentía, que nunca más sentiría. Pero sí le hacía feliz ver a su familia feliz, aunque ella no lo fuera.
Camilo, en tanto, se casó con Helena. Tuvieron una niña, a la que llamaron Daniela. Se fueron a vivir a una casa en un condominio, con un gato de mascota. Vivían cómodamente, con algunos lujos producidos por el salario fructífero de Camilo. Era una familia perfecta. Helena adoraba a Camilo como nunca creyó hacerlo, y éste la hacía feliz, aunque llorara en silencio cada noche su desgracia.

Y así vivieron Emilia y Camilo, entregando sus vidas a aquellos a los que, un día, prometieron amar para siempre, y por los que ya no podían sentir nada. Camuflando su dolor con sonrisas cálidas y caricias tiernas. Y se veían cada cierto tiempo, se miraban a los ojos, y lloraban.
Emilia y Camilo estaban enamorados, pero no de sus parejas. Emilia amaba a Camilo y Camilo amaba a Emilia. Y así sería para siempre.

noviembre 25, 2008

La Esencia (final 2)

Abrí el frasco con tristeza y observé cómo se removía mi esencia dentro. Comencé a llorar, pero no aparté la mirada del frasco. Llorando, me acerqué a la ventana y lo volteé todo hacia fuera, acompañando su caída con mis lágrimas.
Después de todo, ella era la culpable de que yo no pudiera ser alguien normal, de que no pudiera actuar con libertad.
Aguantando un grito, levanté mi mirada el cielo nocturno. Quizás, sólo quizás, esto fuera para mejor.
Quizás no.

La Esencia (final 1)

Abrí el frasco con brusquedad y, cerrando los ojos para no ver en su interior, volqué todo su contenido en mi boca. Lo bebí todo, me apoderé de él, lo hice parte de mí, otra vez.

Después de todo, aún cuando fuera ella la culpable de todo, era parte de mi ser, y no podía dejarla ir.


La Esencia (Sin Final)

Dejé que el lápiz corriera libre por la hoja en blanco. No tenía muy claro sobre qué quería escribir, pero sí que quería hacerlo. No había un tema, sin embargo. Era como estar vacía y seca por dentro. Borré aquel triste pensamiento de mi mente. Claro que había algo en mí, tenía que haber algo. No podía haberme despegado tan fácilmente de mi esencia pura.
Cansada de desvariar, dejé a un lado la pluma y la hoja, ya no en blanco.
Tomé un diminuto frasco que descansaba en la repisa del frente, y lo puse frente a mis ojos. El líquido que se removía dentro era de una suave tonalidad rosa, y formaba bellas remolinos blancos de vez en cuando. Sonreí. Era bello.
Me pregunté si podría deshacerme de él, de una vez y para siempre. Su brillo blanquecino me atormentaba en las noches, me hacía sentir como a una persona malvada, y a la vez buena; como a una persona fría, y a la vez cálida… Además, estaba segura de que, si me deshacía de él, una parte de mí misma se perdería, pero era un riesgo que estaba dispuesta a correr. Como adivinando mis oscuros pensamientos, el líquido se removió inquieto dentro del frasco. Me acongojé. ¿Qué debía hacer? Aquella sustancia era la parte más importante de mí misma, la razón de mi existencia, la respuesta a mi vida. Pero, aún con todo esto, deseaba apartarla de mí, dejarla morir lentamente, o incluso provocar una muerte súbita. Quizás eso aplacara la angustia. Quizás eso apagara la incertidumbre. O quizás me sumiera en un estado aún más alejado. Quizás me encerrara aún en mi ser. Quizás me ocultara para siempre de lo que alguna vez fui.
Suspiré confundida. No sabía que tenía que decidir. Ni siquiera tenía muy claro lo que quería hacer.
Una parte de mí, la parte que aún habitaba en este cuerpo, deseaba fervientemente olvidarlo todo para siempre. La otra parte, la parte que se escondía en aquel frasco, me rogaba que no la olvidara, que no la asesinara.
Cansada ya de todo esto, tomé bruscamente el frasco y lo agité. Aquella sustancia era la culpable de todo lo que estaba pasando ahora en mi vida. La culpable de que no pudiera actuar con libertad, de que no pudiera hacer lo que deseaba.
Entonces, tomé una decisión.

agosto 15, 2008

Perdido en los Sueños

Perdido en los sueños.

Junto al árbol lila te espero, como cada noche. La brisa es cálida en mi rostro, y el mar se mece suavemente, en silencio. Miro el cielo ya oscuro, y contemplo las estrellas que comienzan a aparecer tímidamente. El susurro del viento entre los árboles me trae recuerdos hermosos de años pasados. Suspiro. ¿Dónde estás? Te has demorado hoy. Quiero verte acá, poder abrazarte otra vez.
El tiempo corre, ¿dónde estás? La luna se iza en el firmamento, iluminando con palidez el océano bajo ella. Tengo frío. ¿Por qué no llegas? Quiero verte…
Me pongo a caminar por la orilla, observando atentamente la arena que se hunde bajo mis pies. El sonido de las olas me relaja, y levanto mi cabeza de la tierra para mirar hacia delante. Habrá pasado al menos media hora desde que comencé a caminar, y estoy cansado. Me siento en una roca a contemplar el mar mientras te espero. Ojala que se te ocurra caminar hacia el sur desde el árbol lila, porque allí no me encontrarás.
Contemplo el oscuro mar delante de mi, y me pregunto por qué no estás. La brisa me acaricia con suavidad, alborotando mi cabello claro. Te extraño, no sabes cuánto.
Meto la mano a mi bolsillo y saco un papel arrugado de él. No quiero leerlo, me da miedo. Y, en fin, no sirve de nada. Se que vendrás, me lo prometiste, ¿lo recuerdas?
La noche avanza, y yo tengo miedo y frío, pero no quiero alejarme de ahí. ¿Y si llegas? No me arriesgaría a perderme un encuentro contigo. Me abrazo, intentando darme calor. Pienso en comer alguno de los panes que te tenía preparado, o beber un poco del café que tanto te gusta. Pero no, mejor te espero y así podremos conversar mirando el mar y comiendo juntos. ¡Qué felicidad siento cuando estás aquí! Y, sin embargo, ahora no llegas, y yo sólo quiero abrazarte. Qué pasa, qué pasa, le murmuro a la noche. Por qué no apareces ya…
Vuelo a caminar hacia el árbol lila, no vaya a ser que llegues allí. Me acurruco entre sus raíces y me cubro con mi chaqueta. Sin quererlo, me quedo dormido. Estoy tan cansado. Las pesadillas me invaden nuevamente. Me dicen que no vendrás, que nunca más vendrás. Pero yo se que son sólo sueños, porque tu nunca me dejarías, me lo prometiste hace años. Me despierto sobresaltado, y me incorporo en la tierra. Está aclarando ya, y tú no has llegado. ¿Por qué no llegas? Tú sabes que no importa que te retraces, yo te espero igual. Lo triste es que el café se habrá enfriado ya, y no te gustará.
Me pongo de pie y me acerco al mar. Está todo tan calmo, tan tranquilo, tan dormido. La noche comienza a levantarse, lo puedo notar en la fina línea de luz que se escabulle entre los cerros. Se que llegarás, lo se.
El silencio me rodea, y comienzo a sentirme solo. ¿Por qué no has venido? ¿Por qué me has dejado aquí, en la noche, temeroso y entristecido? Te he esperado mucho tiempo, sólo quiero verte de nuevo, y abrazarte fuerte entre mis brazos…
Lágrimas caen por mis mejillas al pensar en tu rostro armónico. ¿Por qué no vienes ya? Estoy aquí, aun estoy aquí, para cuando me necesites. ¿Es mucho pedir un abrazo? Una vez, hace años ya, me dijiste que me querías mucho, y que nunca me dejarías solo. ¿Y ahora? No lo entiendo, de verdad…
De vuelta al árbol lila, de vuelta a mi soledad.
Me acurruco, tengo frío y miedo. Siento la soledad más latente que nunca, y me aterra. ¿Por qué no viniste? Te extraño.
Dormito otra vez. Alguien me remece. ¡Debes ser tú! Emocionado, con el corazón acelerado, intento abrir mis ojos y enfocar algo, pero todo está oscuro. ¿Dónde estás? No te puedo ver…

Me incorporo en mi cama, y enciendo la lámpara. Sólo quiero verte…
Tomo la foto en mi velador, y la contemplo largamente…
-¿Por qué te fuiste, hijo? Me has dejado esperando aquí, bajo el árbol lila…
Me tiendo en la cama nuevamente, y abrazo tu fotografía en mi pecho. Lloro. Hace tres años que no te veo, y aún te espero bajo el árbol lila, deseando que tu recuerdo aparezca por acá, sólo a despedirse, sólo a decirme “te quiero” una vez más…

agosto 10, 2008

Historia de Cómo se crearon las Estrellas

Historia de cómo se crearon las estrellas.

Érase una vez una era extraña, una era misteriosa, una era de dolor y pasión.
El mundo sumido en oscuridad, sin un atisbo de la luz que tanto se necesitaba.
Almas vagaban por la nada, buscando una salida a la desesperación,
Buscando una respuesta a sus mentes nebulosas,
Buscando una esperanza que les ayudara a comenzar.
Nubes lo cubrían todo con su oscuridad,
Oscuridad simultánea desde todos los lugares,
De la que nadie podía escapar.

Y, en este desesperado lugar, un alma nació,
Un alma no soportó más el terrible suplicio,
Y, liberándose de una vez del yugo de la oscuridad,
Comenzó a vagar por el espacio,
Alimentándose tan solo de su fuerza,
Y creyendo con todo su ser
En convertir la oscuridad en algo mejor.

¡Cuán inmenso el universo!
Se decía el joven pensamiento,
¡Cuán frías las ideas!
Desesperado meditaba.

Y, aforrándose a su fe,
Corrió sin un rumbo,
Corrió por ver nacer un mundo mejor,
Corrió por encontrar algo nuevo en la niebla.
Iba en su travesía,
Cuando un sollozo oyó,
“¿Qué podría ser aquello?”
El alma se preguntó.
Se encaminó por la niebla,
Siguiendo la dirección
Del inteligible murmullo.
Algo flotaba más allá,
En medio de un nube de polvo,
Polvo oscuro, frío y áspero.
Atento a cada sensación,
El alma se le acercó
Y, ¡oh!, que sorpresa lo que halló.
Ahí, encogida dentro de sí misma,
Lloraba un alma con profundo dolor.
¿Qué sucede?
El alma preguntó, sin atreverse ya
A acercarse un poco más.
La interpelada no respondió,
Y la espalda le dio.
Largo tiempo el alma la observó,
Sin tener en claro lo que debía hacer
¿Puedo ayudar?
Esperanzado preguntó.
Y ella sus pensamientos le traspasó,
Y él sintió su dolor muy dentro,
Y su desesperación le hirió profundo.
Atribulado se le acercó,
Confiado y tímido a la vez.
Puedo ayudar.
Ahora ofreció.
Ella aceptó, y cercana a él se quedó.

Y cuentan cómo juntos corrieron
Más allá de las nubes y el polvo,
Y concentrados en sus más profundos anhelos,
Recorrieron el espacio buscando las respuestas.

Y cuentan que, en cierto momento,
Las almas más no pudieron aguantar,
Y, dejando toda precaución de lado,
Se abrazaron y fusionaron,
En uno solo ser se juntaron,
Y lo que de ellos explotó,
Nadie nunca olvidó.
Miles de chispas saltaron alrededor,
Llenando todo de luz y esperanza
Y algunas se juntaron,
Formando grandes chispas brillantes,
Chispas de sueños y esperanzas,
Chispas que iluminaban la oscuridad
De las almas desesperadas.
Y de ambas almas nunca más se supo,
Nadie las vio jamás,
Y como testimonio de su sacrificio,
Para eliminar la oscuridad del mundo,
Quedaron las estrellas,
Vestigios de amor y pasión,
Vestigios de sueños irreales,
Nunca tornados realidad.
Pruebas de un amor eterno,
Que con su vida y esencia
Iluminó los destinos siempre oscuros
De las almas del universo.

julio 19, 2008

Instrucciones para creer en Dios

Instrucciones para creer en Dios

Más de alguna vez hemos oído decir a alguien: “yo creo en Dios” o “soy un fervoroso creyente”. Pero, en esencia, ¿qué es ser una persona creyente? ¿En qué consiste en realidad esta confianza inusitada en algo no palpable? He aquí unos sencillos pasos con los que el lector aprenderá, de una vez y para siempre, a creer en este misterioso ser, denominado “Dios”. Hemos de aclarar, eso sí, que los resultados están sujetos a variación, dependiendo del nivel de escepticismo del que lee.

1. Aprovechando un momento de soledad, siéntese con comodidad en un lugar con árboles y tierra.

2. Inspire profundamente, recordando tomar toda la cantidad posible de aire por la nariz, cerrando la boca. Mantenga el aire en su interior y cierre paulatinamente los ojos.

3. Cuando ya sienta que no puede aguantar más, expulse el aire inspirado, esta vez por la boca, aún sin abrir los ojos.

4. Repetir el ejercicio anterior las veces que estime conveniente para que su pulso (latidos del corazón) se vuelva suave y acompasado.

5. Concéntrese, siempre con los ojos cerrados, en los extremos más delgados de su cuerpo, aquellos que ponen fin a los brazos (comúnmente llamados dedos). Muévalos con lentitud, concentrando su energía en este acto.

6. Una vez que haya cumplido a cabalidad lo anterior, incline la cabeza llevándola a su pecho y luego, con extrema suavidad, abra sus ojos y enfóquelos en el suelo. Mire con atención hasta que vea alguna hormiga. El ejercicio no debería resultar muy complicado, considerando que se encuentra en un lugar con árboles y tierra.

7. Cuando vea una hormiga, o algún tipo de insecto, póngase de pie y, sin despegar la cabeza del pecho, mírelo.

8. Piense lo siguiente:

“Que pequeño se ve, ¿no? Tan pequeño que a veces no recordamos que existe. Esta hormiga, o insecto, debe vernos tan grandes que su ínfimo cerebro no alcanza a comprender totalmente el misterio de nuestra existencia. Puede incluso que aquel pequeño animal no crea en nosotros, y excuse como fenómenos naturales nuestros ruidos o nuestros pasos”

9. Inclinando ahora su cabeza hacia la espalda, observa el cielo y medite:

“Si las hormigas explican nuestra misteriosa existencia argumentando fenómenos de la naturaleza, ¿no hacemos nosotros lo mismo? ¿No será que, quizás, intentamos explicar la existencia de Dios con exhaustivas investigaciones sobre el funcionamiento físico del mundo?

10. Una vez que haya meditado esto, continúe su vida normal y, de vez en cuando, fíjese en las hormigas que pasan bajo nosotros.

julio 01, 2008

Las Nuevas Princesas

Cansada de esperar en la torre más alta, en el cuarto más lejano; cansada de ser acosada cada día por un dragón maníaco a las afueras de su torre; cansada de coser todo tipo de prendas y romperse cada uno de sus dedos sin llegar a sentir ni un asomo de cansancio o sueño; cansada de comer manzanas hasta la madrugada sin sentirse desfallecer; cansada de dejarse crecer el cabello por si le servía como escala alguna vez; cansada de ser la más bella –y solitaria- de todas, se decidió un día la princesa a dejar estas sobras de vida.

Tomó la tijera que usaba para cortar el hilo con que cosía y, cerrando los ojos, se deshizo de todo el cabello que le sobraba, hasta entonces mantenido en prolijas trenzas. Luego, se sacó el vestido de dama, y se vistió las ropas que había estado creando, de nuevos diseños y formas distintas a cualquier cosa que las princesas vistieran hasta entonces.

Así hizo un sinfín de preparatorios y, finalmente, bajó de la torre, forzando la cerradura con una de sus largas agujas. Descendió hasta lo bajo, y encontró a un dragón medio muerto, acostado en el suelo, exhalando tibias columnas de humo por la nariz

“¡Cuánto hemos tenido que esperar, Oh dragón amigo, que hasta vos os habéis dormido!”- pensó la princesa al contemplar al animal.
Cruzó de largo el vestíbulo del castillo en ruinas y salió al exterior por fín, sin mirar atrás.

Unas semanas después, un orgulloso príncipe burla al “temible” dragón anciano, y sube a rescatar a su trofeo: la princesa de extraordinaria belleza, que será sólo para él. Llega a la habitación más lejana de la torre más alta… y la encuentra vacía. La cama sin hacer, el piso lleno de manzanas rojas. Un ropero con piezas de trajes grotescos y pobres, no dignos de una princesa. En el suelo un vestido de seda rosa, con un listón blanco. En el baño del cuarto encuentra dos largas trenzas enrolladas en el suelo, como víboras venenosas.

Vuelve al cuarto, desconcertado y se fija en un papel clavado (con unas tijeras) sobre el retrato de un príncipe sobre un caballo blanco. Se acerca y lee la nota:

“No creíais, príncipe insulso, que te había de esperar para siempre, ¿verdad?”

El príncipe se quedó solo, de pie en mitad del cuarto, con un caballo blanco esperándolo en la entrada, sus botas lustrosas, sus ojos azules, su cabello rubio…

junio 26, 2008

Reencarnación

Iba la chica caminando por el puente. Sus piernas temblaban debido al cansancio de haber andado durante horas sin parar. Su cabello estaba enmarañado y sucio. Sus ojos resaltaban un sentimiento extraño, que no era tristeza, sino, mas bien, como el sentimiento de soledad que corroe y destruye hasta las almas más perfectamente forjadas y endurecidas. A saber, el alma de esta chica estaba dañada, herida, y esto la hacia caer cada vez mas en un abismo de tristeza. Se podría decir, también, que la chica simplemente estaba cansada, pero su cansancio era un agotamiento mas profundo que el propio de los seres vivos, era un agotamiento del corazón, aquel cansancio que no se pasa con una cama reponedora, ni una comida bien nutrida. ¿Qué mas podríamos agregar de la niña? Que, en el fondo de su corazón, era feliz. Se consideraba la mujer mas feliz del mundo, ya que, a pesar de todo su dolor, que no era poco, había una luz en medio de las tinieblas que la envolvían, una luz que la hacia seguir adelante, aun sabiendo que se dirigía a ningún lugar, a la nada misma, en donde solo la miseria y el odio son tus compañeros. Esta luz la hacia levantarse mentalmente, y decirse que no podía rendirse ahora, porque, aquel ser que le daba esa luz, la había levantado por vez primera, y ella había prometido a la luna y las estrellas no volver a caer, no caer por aquel ser que la había ayudado.

Llegó un momento en que la chica sintió que sus pies ya no responderían mas, y se desvaneció en el suelo, agotada, sin energía mas que para pensar y recordar sutilmente algunas imágenes, escenas, destellos de situaciones guardados en el más recóndito de los espacios del alma humana. Aquellos momentos que creíamos perdidos, pero que viven con la mayor vitalidad, que nos nutren, porque sus espíritus nos dan fuerza, ya que son momentos inolvidables, lugares y personas que nos han hecho cambiar para siempre.

Una vez en el suelo, la chica recordó la primera vez que lo vio, y que luego lo conoció. ¿Cómo olvidar aquel tono tentador, que la invitaba a la confesión? Imposible sería, mas bien, olvidar aquellos ojos, que con dulzura la miraban, entregando en cada paso, un don nuevo, un sentimiento nuevo. La verdad, la joven que ahí se encontraba no creía que algún día pudiera olvidarlo, el había marcado un lugar en su alma de niña, la había levantado del profundo pozo en que se encontraba, y la había abrazado, haciéndole sentir el cariño de aquella persona que, sabemos, nunca nos dejara solas. Ella deseo tenerlo de nuevo entre sus brazos, poder abrazarlo y decirle que ella le ayudaría, tal como el había hecho con ella. Poder abrazarle y decirle que ya nunca mas estaría solo, ni confundido, porque ella estaría ahí para tomarle la mano y decirle: “vamos, que hay que seguir adelante. Vamos, que el camino aun no acaba.” ¡Cuánto deseaba la chica, en ese momento, abrazarlo y entregarle su cariño! ¡Cuánto deseaba, simplemente, hacerle sentir todo lo que el le había hecho sentir a ella la primera vez!

La chica comenzó a dormitar, tanto era su cansancio. En sus sueños lo vio, como hasta hacia unos días lo había visto. Recordó la última vez que se vieron, una noche en que discutieron. Recordó que, aquella misma triste y lúgubre noche, el había partido, hacia aquel lugar a donde todos nos dirigimos, hacia donde ella no podría seguirle… Sintió que sus ojos se humedecían de nuevo, pero no llegó a llorar, ya que se lo había prometido, a él, a aquel que le había entregado cariño y amistad sin pedirle recompensa alguna. Soñó que él le tomaba la mano, le daba un beso en la frente, y el susurraba:

-Vamos, que el camino es largo, y yo estaré a tu lado. Vamos, que nunca te dejaré sola, nunca estarás sola. Vamos, que puedes comenzar de nuevo, olvidar todo y comenzar de nuevo. Vamos, que nunca te abandonare, y, aunque sea en tus sueños, te resguardare. ¡Levántate! ¡Ponte de pie! ¡Que el sufrimiento ha perdido una victima, y la esperanza a ganado un nuevo ser!

Separación

-No me mires así- le reprocho ella- La decisión ya esta tomada. Puedes despedirte.
Las lagrimas caían por las mejillas del hombre, y tanto su ceño como su boca, fruncidos, indicaban que sufría, profundamente. Sus manos entrelazadas con fuerza, sudando helado. Cabello alborotado, por haberse tironeado tanto, con desesperación. Con aspecto demacrado, el suplicó:
-Por favor, Emilia, no hagas esto- su voz sonaba pastosa, anegada por las lagrimas que ya no contenía- No me hagas esto. No podré vivir sin…
-Cállate- le espetó la mujer, haciendo caso omiso del gemido del hombre al verla tan fría- No me interesa lo que tengas que decirme. La dedición no cambiará, así que te recomiendo que te despidas cuanto antes, porque me estoy hartando, y no quiero retrasarme.- guardó un minuto de silencio y, al ver que él no se movía más que los espasmos de dolor que lo hacían tiritar, se acercó a la puerta de la casa, empujándolo hacia un lado- Apártate. Has perdido tu turno. Me voy.
El la detuvo, llorando desesperado.
-Está bien- murmuró- Sólo un minuto.
La mujer asintió con la cabeza, secamente, y salió de la casa, dejándolo adentro. El hombre, conteniendo la respiración, se agachó suavemente, y acarició el cabello de una pequeña que lo miraba con ojos llorosos, abrazando fuertemente un oso de peluche.
-Amor…- murmuró el padre, tragando saliva para no llorar- Mi pequeña… Te irás con mami, ¿de acuerdo?
La niña no se inmutó, sino que, en cambio, se lanzó a los brazos de su padre, sollozando en su hombro.
-No quiero irme, papi- gemía, aprentándole con fuerza- No quiero irme…
-Mi niña…- susurró él a su oído- Ya has oído a tu madre. Debes irte con ella.- las lagrimas volvieron a caer, por mas que intentó evitarlo- Te prometo que nos veremos de nuevo, ¿si?
-No te quiero dejar- murmuró la niña, dejando caer el peluche al suelo- No me quiero ir…
-¡Ay! Mi pequeña hermosa- él la estrechó con fuerza entre sus brazos, intentando grabar cada sensación dentro de su mente- Jamás te dejaré, ¿de acuerdo? Siempre estaré contigo, porque te amo, y no dejaré que me olvides.
-Nunca te olvidaré, papito- sollozó la pequeña, y sus palabras terminaron de romper las defensas del hombre. La apretó con fuerza, sintiendo cómo su corazón se quebraba en mil pedazos. Luego, sin querer alargar más la agonía a su niña, la alejó suavemente de sí, parándola al frente y tomándola por los hombros.
-Te amo.- intentó inyectar a su voz todo el matiz de seguridad que pudo- Te amo mucho, hija mía. No te dejaré, te lo prometo.
Ella asintió en silencio, llorando mientras contemplaba a su padre.
-Y ahora, niña, ve donde tu madre, que te espera- la apremió él, sonriendo tristemente.
-¿Irás a verme?- preguntó la niña, mientras se daba la vuelta para salir de la casa.
El titubeó un segundo.
-Claro, claro que sí, pequeña- murmuró, aguantando las lágrimas- Siempre iré.
Ella volteó la cabeza, y le sonrió, con inocencia y amor.
-Te quiero, papi- y salió de la casa, llorando.

Una vez que el ruido del motor del auto se hubo apagado por completo, el hombre entró en la casa, y cerró la puerta. Encendió una luz y miró entorno.
Un suspiro rompió el silencio, mientras, unas calles más allá, una niña sollozaba en silencio, con su rostro pegado a la ventana, y un oso de peluche entre sus temblorosas manos.

¿Al Alba?

¿Al alba?

La gota nace a esta vida aún antes que el alba. Depositada con suavidad en una hoja de árbol por la niebla nocturna. La gota permanece ahí, dormida, aún sin contemplar la maravilla de la vida. Cuando comienza a despertar el alba, la gota comienza a maravillarse del esplendor que se revela ante sus ojos. Pero, junto con este sentimiento de estupor, viene el miedo a lo desconocido, a lo que pueda venir después, al no saber qué es lo que se esconde tras las cortinas cerradas del futuro. La gota se siente angustiada, tiene miedo de dar un paso en falso. Aún no es de día, y la gota ya está aterrada del tiempo que pueda venir.

De pronto, el sol comienza a salir de su sueño, y la gota intenta esconderse de su luz y su calor. Pero del abrazo del astro rey nadie puede escapar, y la gota ve descubiertos sus miedos y sus imperfecciones a causa de la luz. En un intento vano de esconderse, la gota comienza a deslizarse por la hoja, sin percatarse de que está en el filo, de que tiene que decidir entre dejarse caer o lanzarse al abismo. La gota se desespera, y apura su paso por la hoja. La gota quiere alcanzar a ver y a sentir lo más que pueda antes que el sol la lleve definitivamente al vapor, al punto sin regreso. Pero, en su afán por verlo y sentirlo todo, la gota se pierde de las cosas más lindas de la vida. Se pierde el tono rosáceo de las montañas al ser tocadas por la luz; se pierde el despertar alegre de los pájaros sobre las ramas de los árboles; se pierde el suave baile de las nubes sobre su cabeza.

Y no deja de correr, no deja de escapar. Está al borde, y no se da cuenta.

Cuando ya nada hay que hacer, la gota se lanza hoja abajo para caer y desintegrarse, recién en el alba de su existencia, sin haber gozado en verdad cada segundo, por miedo a que todo terminara.

Hielo Eterno

Hielo Eterno


Despertó inquieto. Su corazón latía con fuerza, con violencia. Su respiración agitada levantaba su pecho cada vez más. Cerró los ojos y volvió a abrirlos, intentando calmarse. Se giró lentamente, conteniendo el aliento, como cada mañana. Y la vio. La vio ahí, dormida, angelical como ninguna, irradiando paz y amor a su alrededor, embelleciendo todo ser y objeto con su luz. Sus facciones suaves y delicadas se mantenían relajadas, en su estado natural, sin sonrisas forzadas ni muecas grotescas. Su cabello alborotado enmarcando su pálido rostro, de forma de corazón, otorgándole un aire de diosa, de ninfa salvaje.

Suavemente, él levantó una mano y, con su dedo, le acarició la mejilla. Ella no se inmutó. Un escalofrío recorrió la espalda de él cuando notó lo helada que estaba. Él siguió recorriendo su mejilla con el dedo, pero ella no despertaba. Al acercarse a besarla, algo los separó…

Él recobró de pronto la conciencia, mientras volvía a notar el bullicio, los gritos, los pasos acelerados…

Se apoyó en el suelo para incorporarse. Al hacer esto, notó un dolor punzante en el brazo izquierdo. Haciendo una mueca de dolor, se puso de pie, y comenzó a caminar cojeando un poco. La gente corría a su alrededor, llorando y gritando, tirando de sus cabellos, desplomándose en el frío asfalto, retorciéndose y convulsionando. Madres histéricas abrazaban a sus hijos, jóvenes parejas que se abrazaban con fuerza, y se besaban como si todo fuera a acabar.

Como si todo fuera a acabar…

Sintió frío y, temblando de miedo, miró hacia el cielo. Allí, cual símbolo de muerte, el sol se imponía, un sol viejo, casi al culmine de su vida. Un sol oscuro, otorgando al mundo sus últimos latidos de luz y calor.

El hombre cayó en la cuenta y, con lágrimas en los ojos, comenzó a correr con rapidez, sin importar ya el dolor de su brazo y su pierna. Corrió llorando, con un destino fijo. Corrió impulsado por el terror, mientras la temperatura seguía bajando, y el día iba tornándose oscuro, con una luz cansina y apagada, como el morir de una vela.

Abrió rápidamente la puerta, las llaves temblando en su mano. Quiso que todo fuera un sueño, que esto no estuviera sucediendo. Pero los aullidos de lástima de los perros le hicieron convencerse de que esto era real. Recorrió sin fijarse la casa, tropezando varias veces. El reloj seguía su curso, con su tic-tac tranquilizador. La casa estaba tal y como la había dejado hacía media hora, al salir al trabajo. Justo cuando, a mitad de camino, un horrible dolor se había apoderado de él, y se había desmayado en medio de un mar de gritos.

El camino a su cuarto se le hizo eterno, y cuando finalmente abrió la puerta blanca, se acercó con lentitud al lecho.

Allí, envuelta en blancas sábanas, estaba ella, el amor de su vida, su existencia misma, su aliento cálido. Ella dormía, con paz y amor en su rostro. Sus facciones suaves descansando con tranquilidad. El levantó su brazo derecho, y tocó su mejilla con un dedo. La halló cálida, y lloró de amor. La mujer despertó, sobresaltada por el frío contacto. Él le sonrió, y ella también.

El sol se había apagado ya, y las palabras quedaron congeladas en la boca de él, detenidas por el frío paso de la muerte. Su dedo en la mejilla de ella, acariciándola para siempre. Ella, con sus facciones suaves, mirándolo con profundo amor y ternura en sus ojos color carmesí.


junio 25, 2008

Recuerdos de ella.

Salió del antro con la palidéz de la luna y las piernas de agua.
Cogiéndose temerosa el vientre, caminó con lentitud por el callejón oscuro.
Su cabello era largo, llegaba hasta un poco más arriba de la cintura. Aquel día, lo llegaba enmarañado y sucio, desordenado.
Vestía una camisa de varón que le quedaba holgada, y bajo ésta una sudadera negra. Sus pantalones estaban gastados, así como sus alpargatas. De su mano derecha, aún afirmando el vientre, caía un bolso de mano, bastante prolijo y delicado, que ponía una nota estridente en el vestuario pobre y miserable de la chica.
Cuando llegó a la avenida, la luz de un poste le iluminó el rostro.
No era bella, mas sus ojos verdes siempre me habían llamado la atención. Su boca era pequeña, sin gracia. Pómulos planos y sin sonrosar. La luz me dejó ver dos surcos negros, que rompían la casi inexsistente armonía de su rostro. Se extendían desde sus ojos, hasta la mitad de las mejillas. Era a causa del maquillaje que solía usar. Sentí algo de pena al pensar que este aspecto que tenía ahora (doloroso, salvaje) le venía mejor que cuando andaba arreglada y maquillada. En aquellas ocasiones, quizás como forma de defensa, ella era altiva y violenta.
Y, sin embargo, este desorden que lucía ahora, este aspecto desamparado, la humanizaba más, haciéndola casi atractiva.
Se apegó a la muralla, y allí apoyó su cabeza. No se veía nada bien.
Tras algunos momentos, la ví enderezarse otra vez, y ponerse a caminar vereda al norte, sin volver la cabeza atrás.
Mientras se alejaba, distinguí que su camisa iba manchada de sangre, y que, entre cada paso que daba, iba dejando un rastro de sangre en la acera grisácea.
Nuna la volvía ver. Super que sus padres se cambiaron de casa, atribulados por la verguenza y la humillación pública a la que habían sido sometidos por su hija rebelde. Nadie en la escuela supo más de ella. Aunque, sinceramente, nisiquiera los profesores extrañaban a la "niña problema"
Los años han pasadp ya, y a veces, mirando el viejo callejón cercano a casa, pienso en ell, siento lástima. Y vuelvo a ver sus ojos verdes, tan altivos y, a la vez, tan miserables...

junio 02, 2008

++Melani++

Melani


Iba caminando solitaria por la calle, fumando un cigarro, meneando las caderas. La noche estaba ya oscura, y en el cielo brillaban unas pocas estrellas, las que no alcanzaban a ser opacadas por el brillo incesante de la ciudad. La avenida esta solitaria, hecho extraño en un día como aquel. Habitualmente, las calles rebosaban de actividad a aquellas horas, lo que era bastante bueno… y malo también.

Una brisa helada le ajito el cabello prolijamente acicalado. El color rubio que había adquirido le sentaba bien, más aun en las noches, que le hacía resaltar por sobre las demás. Miró hacia el suelo y una sonrisa triste cruzó su rostro. Aquel cuerpo tan lindo y tan dotado era suyo, solo suyo, y estaba a su entera disposición. Aquella ropa tan colorida y refulgente era suya, y estaba a su entera disposición. Aquellos ojos de felina, cargados de maquillaje vulgar, eran suyos, y también estaban ahí para ella. Aquellos labios, carnosos y enrojecidos por el labial, aquellos labios eran suyos, y de nadie más. Agitó su melena, volviendo a mirar al frente.

De pronto, recordó a Melani, y sus ojos, como cada vez que esto sucedía, se llenaron de lágrimas solitarias, lágrimas que, hacía tanto tiempo que no derramaba, que ahora solo se contentaban con salir a ver las estrellas de vez en vez, para luego ser devueltas a los ojos por medio de profundos respiros y sendas amenazas mentales. Miró hacia la luna, y deseó con todas sus fuerzas no ser quien era, no estar como estaba, no vivir como vivía. Sabía el daño que estaba haciendo, el daño que le estaba haciendo a Melani. Pero no, no había otra salida, no había otra forma de salir de esto… De hecho, en el fondo, no quería salir de esto, era un camino fácil, cómodo y rápido, un camino que le daba frutos rápidos, frutos que podía emplear en comprar una mejor vida, una mejor vida para Melani. “Es curioso”- pensó para sus adentros- “Es curioso que todo esto que hago, todos los errores que cometo, todos los pecados que he hecho, han sido por y para ella… Por ella, quien no me critica, pero me expresa con sus ojos el dolor que siente… Ella, que no me reprocha, pero llora cada noche por mi ausencia… Por ella, que no me dirige palabras amargas, mas no me dirige ninguna otra palabra… Por ella, a quien amo más que a mi propia y desamparada vida…”. Bajó la mirada al frente, y se encontró con un par de ojos negros mirándola con avaricia.

-¿Estás libre?- preguntó el hombre, acercándose y girándose alrededor de ella, escrutándola con el libido en los ojos.

-Para ti, claro, cariño...- repuso ella, con un nudo en la garganta, y subió al auto que le indicaba el hombre, ahogando la tristeza, con el recuerdo de Melani, la pequeña Melani, en su mente…

abril 07, 2008

la busqueda

La búsqueda

Cuenta la historia de un elfo del bosque, que vivía solo en su árbol, creyendo ser el único. Los elfos, decía él, habíanse extinguido hacía ya largo tiempo, dejando tras de sí una huella de dolor y soledad en sus antiguos hogares, los bosques. Este elfo pasaba noches en vela, mirando las estrellas entre las copas de los árboles, preguntándose cuán lejos se encontraría la luna de la tierra. En las largas horas de interminable vigilia, el elfo solía vagar por los inescrutables senderos del bosque, buscando incansablemente algo, buscando un destello nuevo en la opacidad de su vida, buscando un susurro nuevo en la sordera de su alma.
Sin quererlo, este elfo construía dentro de sí una sutil vanidad, alimentada por la soledad que experimentaba.
“Soy el único sobreviviente de una raza antigua”- se repetía, fingiendo orgullo, auto convenciéndose. Según le contaba a las estrellas, los elfos se habían marchado de la tierra hacia las estrellas, al no encontrar lugar para huir de la invasión humana, siempre tan inoportuna, con sus armas y la muerte en sus manos. Habían decidido escapar, comenzar un viaje sin regreso, para encontrar un lugar mejor. Obviamente, en la empresa se les había ido la vida, pero igualmente habían cumplido su cometido. Decía no saber cómo el aún vivía. Sólo recordaba haberse despertado una mañana, y haberse sentido vivo.
Desde entonces había comenzado una búsqueda ciega e inconciente, una búsqueda a ciegas. Buscaba respuestas. Buscaba preguntas. O, tal vez, sólo buscaba un oído dispuesto a escuchar sus élficas palabras.
Y en sus caminatas solitarias sentía el viento golpear su cara, el frío, el calor. Y sentía cómo otro día más pasaba, sin siquiera advertirlo, sin siquiera terminar de reconocer el anterior. Y veía cómo su vida pasaba por delante, sin más variación que la lluvia o el granizo, sin más presencia que dos astros cambiantes según las horas. Y él miraba sus manos, de un tenue tono verdoso, y se preguntaba de qué servían, si no tenía con qué emplearlas, si no tenía para quién trabajar.
Y algunos días, cuando la bruma se apoderaba completamente de su mente, quedábase en su árbol, intentando dormir, soñando despierto con otros elfos a su alrededor. Y, en aquellos momentos, el elfo era feliz, porque podía convencerse de que no estaba solo, de que había alguien más allí, alguien que velaba por él, que le cuidaba sin importar dónde o cuándo estuviera.
Y los años pasaban fugaces ante él, y la sabiduría oculta de su mente despertaba, llenándose de conocimientos nuevos, llenándose de nuevos colores y nuevas fragancias. Llenándose de vida, vida pura y casta del bosque y el cielo. Y el elfo ya no sentía el dolor tan palpitante como antes, la angustia permanecía encerrada tras las paredes de su corazón, de su alma. Dedicábase a aprender, a mirar y conocer, a crear mundos nuevos en su mente, a dejar que su conciencia abandonara su cuerpo y vagara libre por el bosque y las estrellas, sin ataduras.
Y el tiempo pasaba como un vórtice a su alrededor, girando y soplando, casi sin dejarse ver ni sentir. Y el elfo meditaba, en sus noches de vigilia, sentado en claros del bosque, sobre el motivo de su existencia, sobre la naturaleza de su alma. Y se olvidaba de mirar las estrellas, de soñar con la luna. Se olvidaba de caminar sin rumbo por los senderos de su hogar.
Y se olvidaba por completo de su búsqueda ciega, se olvidaba por completo de que quería encontrar un oído que sus élficas palabras oyera, una mente capaz de entender sus tristes cavilaciones. Y terminó por desechar ese sueño a lo más profundo y recóndito de su mente, sin ganas de emplear más energía para buscar algo que, sin duda, nunca encontraría.
Y su cuerpo empezó a envejecer, y su cabello comenzó a teñir pálido. Y ya su piel mostraba edad. ¿Y qué importaba? Cada día sabía y comprendía más.
Era el único, y, en vista de eso, debía aprovechar todo el tiempo posible para aprender, adquirir sabiduría para lo que le quedaba de vida (si es que ésta tenía fin)
Y sucedió un día que, caminando por el bosque, sin apreciar ya su belleza, encerrado en su mente, cavilando sobre algún nuevo conocimiento, sintió el elfo un cambio en el ambiente.
Levantó la miraba, y, lo que vio, le hizo dejar de respirar.
Ahí, frente a él, de pié se encontraba un ser, hermoso sin par, tan, tan lleno… y tan envejecido como él mismo. Un ser de largos cabellos, de ojos oscuros, de piel verdosa. Un ser con rasgos afilados, pero suaves. Con mirada dura, pero de miedo. Un ser que llegaba a cambiarlo todo, de principio a fin. Un ser que llegaba a distorsionar los colores y los olores conocidos hasta entonces.
Una elfa que vagaba por el bosque, creyéndose la única, cavilando y adquiriendo conocimiento, pasando por alto la belleza de las estrellas, pasando por alto la belleza del bosque. Dejando hace tiempo de soñar con más elfos, dejando hace tiempo de buscar una mitad.

Y, ¿de qué sirvió todo el conocimiento? Ambos habían perdido el tiempo, olvidando su búsqueda, creyéndola inútil, y, sin quererlo, perdiendo lo más lindo de su vida: la incertidumbre al mañana, el miedo a perder, las ansias de encontrar… la juventud.

marzo 15, 2008

Estrella de amor

Cuentan que, en un pueblo lejano, un pueblo en que no había estrellas mas que en los cuentos de hadas, en un tiempo aún más lejano, existía un joven, casi un niño, enamorado perdidamente de una joven, casi una adulta. Ella era altanera, frívola y superficial, y en su mente ya cerrada, no cabía más pensamiento que el orgullo y el poder. Él, en cambio, con su tímida y joven alma no podía razonar con más razón que la de su corazón. Él sentía, ella pensaba. Él trabajaba, ella mandaba.
Y dicen que en su corazón no había más espacio que el que a ella pertenecía. Y dicen que en su pensamiento sólo estaba hacerle feliz, la mujer más feliz, mas plena y mas poderosa. El quería verla sonreír, coso si cada vez fuera la ultima, y seguía sus pasos sin descanso, sin querer contrariarla, solo admirarla y amarla en silencio.
Y cuentan que ella se percató de su interés, y, en su frialdad, calculó en secreto los pasos, para apoderarse de su corazón, de una vez y para siempre. Para tener todo lo que deseara, en las manos de él servidas.
Y ella lo encantó, con su perfume de ternura y su traje de pureza. Y con la voz mas melosa que existe, le cantó un sueño profundo de su alma, seguramente lo único sincero que el viento la oyó decir jamás: “Oh, amor, amor. Desearía tanto ver una estrella. Poder sentir su calor, pedirle deseos. Sentir su luz sobre mi, y saber que ya nunca mas estaré sola”
Y el la miraba, con profundo amor, jurándole la luna y las estrellas; prometiendo viajar por todo el mundo hasta encerrar en sus manos un poco de luz astral. Y ella sonreía, con una sonrisa de muerte, con una sonrisa que él, en su delirio, no era capaz de comprender.
Y cuentan que él fue feliz, y ella tuvo todo lo que quiso frente a sus ojos, porque él se encargaba de regalarle los objetos mas preciados por las doncellas de la época. Nada era suficientemente hermoso para su amor, y ella aceptaba, complacida, seduciéndolo hasta el éxtasis.
Y cuentan las historias, que, un día, tras recoger flores para su amada por el bosque, las flores más exóticas y las más hermosas, él la vio, y un gritó resonaría por mucho tiempo más en la tierra. Ella estaba frente a él, abrazada a otro chico, quien la besaba con pasión, y le abrazaba fuertemente. Y él, creyendo que su dama estaba en peligro, corrió sin pensarlo a atacar al usurpador de su amor. Y la chica, gritando horrorizada, vio como su amante mataba al joven que amor le había jurado, vio como la sangre manaba de su pecho, y él, cayendo de rodillas, la miraba tristemente. Y dicen que sólo una frase dijo, una sola frase que en el pueblo se le escuchó jamás.
-Perdóname, estrella- murmuró, y cayó fulminado al suelo, con los ojos en lágrimas, reflejando la luz de su amaba, quien miraba con horror el cuerpo inerte.
Y, de ahí en adelante, ella vivió atada por la culpa, la culpa de haber matado al único que todo le habría dado, sin nada esperar a cambio.

Y cuentan que, una noche, mirando al cielo, negro como siempre, algo brilló allá arriba, una luz nunca antes atisbada en la cúpula eterna. Era una estrella, una estrella que brillaba, solo para ella. Y, cuando la chica la miró fijo, una voz resonó en su cabeza, como proveniente de un sueño:

“Te amo, estrella mía”

marzo 13, 2008

Demonios y Belleza

Cuenta la historia de una niña, de desmesurada belleza: largos cabellos enmarcaban su perfecto rostro, de ojos celestes, como el cielo al alba; sonrosadas mejillas reflejando la inocencia de su tierna y pura juventud; labios que invitaban a una confesión.
Cuentan también se su virtuosidad para con los demás. De gran corazón, incapaz de dañar a otros, sin permitirse lujos ni grandes palacios para si. Humilde de corazón y esencia, había sido privilegiada con los dones más hermosos.
Pero, ¡ay! Del mal que siempre acecha. Diversas formas toma a lo largo de los años. Y dicen que esta vez el mal se encarnó en el alma de un escéptico joven, rico en codicia y oscuros deseos. Lo más bello en apariencia no es siempre lo más bello en esencia.
Rostro juvenil, voz áspera, palabras rebuscadas, ojos inescrutables.
Y dicen que ella a sus pies cayó, dicen que el con su mirada la conquistó, mirada de negras pupilas, sin amor, sin piedad, sin misericordia. Pupilas de muerte, pupilas en tinieblas. Con una sonrisa la cautivó y ella su todo el entregó.
¡Pobre chica! Que de su inocencia se aprovecharon los demonios.
Y el la besó, y ella creyó morir en su beso, en su boca, en sus labios, en su aire. ¡Qué más alguien podría desear! Por fin su vida estaba completa. Su familia lo aprobaba, y con el la dejaba, sin imaginar el mal que tras su rostro se encontraba.
¡Ay del día aquel en que todo se destruyo!
Cómo puede alguien hacer mal solo por maldad. Cómo puede alguien hacer llorar solo por placer. Los demonios no entienden razón.
Y ella se le entregó, en cuerpo y alma, rompiendo su sello de pureza, tan celosamente guardado.
Y dicen que, tras tomarla por fin, el le habló, con su lenguaje rebuscado, y ella lloró.
-¡OH! ¡Dulce y bella doncella!- decía el, acariciándola con frías manos- ¡Dulce y bella doncella! Que con tu entrega me habéis cedido ya vuestra alma, os habéis consagrado a mi persona, sin nada esperar por vuestros servicios.- ella sonreía, extasiada junto a él- Que con vuestra entrega habéis renegado vuestra propia vida para donarla gustosa a un forastero.
Y dicen que el la golpeó, y luego la dejó tirada sobre la tierra, magullada y humillada. En su cara escupió, y luego rió.
-¡OH bella e insulsa doncella!- gritó, al sol naciente- Que no habéis sabido valorar vuestra pureza. Ahora sé en verdad qué sois, y en vuestro rostro me río, porque tengo lo que anhelaba, y vos tuvistéis lo que deseabáis.- tras ver las lagrimas de ella caer por sus mejillas, agregó- Y ahora que os habéis deshonrado, puedo ir en paz.
Y cuentan que él la dejó, sola en la tierra, llorando de vergüenza.

¡OH virtuosa belleza! Que con tu candente baile nos encantas y enamoras. Para luego dejarnos humillados, enamorados y desesperanzados.

febrero 23, 2008

Más alla, más aca.

He escrito esta historia hace unos momentos atrás. No es una historia, más bien son pensamientos, sentimientos. Ojala que alguien se sienta representado.
----------------------------------------------------------------------------------------------------

Yo aquí, parada, solitaria. Mirando el cielo que sobre mi ojos se extiende, infinitamente bello e increible. Sin mancha, sin pecado. Puro. Intocable.
Más alla, una sombra, un imagen. ¿Ilusion? No, no es ilusion. Siento su aroma, a temor y comprension. Lo recorro con la mirada, y lo siento dentro de mi. De toda la vida. De toda la vida lo conzco. Siempre ha estado aqui, ¿por qué nunca te vi? Quién nos puso en este cruel y tormentoso camino. Quién unió nuestros destinos. Suerte, dirían algunos. ¿Por qué suerte? Más alla de mi se extiende un páramo hermoso, mi futuro, mis anhelos. Y, en medio de él, tu figura se destaca, casi como una sombra. ¿Por qué estás tan dentro de mi vida? ¿Cuál es nuestro futuro?
Injusto. No es justo. Dos almas iguales, dos sentimientos, dos seres. Dos entes que vagaban eternamente, buscandose, sin saber que existian. Y, como el cristal que se quiebra, se encuentran. Maldita y bendita suerte. El amor flota, se siente. ¿Y de que vale? ¿De qué vale si un desierte se abre ante ellos? De qué vale si están en distintas orillas, y no hay puente que los acerque, que los una. Que los aleje de sus realidades, para ahcer una nueva y hermosa realidad.
No hay una voz que les diga que todo saldrá bien. Caminando a ciegas por una ciénaga de dudas. ¡Pobre amantes insulsos! Los espera la ruina eterna de la distancia y desolacion. ¡Pobres almas gemelas! Unidas para siempre por sus amores, sin poder escapar una de la otra.
Y, sin importar el tiempo ni el dolor, se alzan magnificos, cada uno en su orilla. Contemplándose, extasiados. Viendo como la vida se les va por delante, y nada pueden hacer para detenerla. Deseando dar un giro inesperado, y estar, él junto a ella, ella junto a él. Correr libres, tomados de la mano, burlarse de las críticas que los acechan de todos lados.
¡Qué importan ellas!
El río que los separa es violento y torrentoso. Sin embargo, no le temen. No es el agua lo que los atemoriza. El horror de tenerse, y luego perderse es aún mayor. El miedo a probar de aquella miel tan dulce y suave. De beber de aquel licor tan embriagador y extasiante. De oler el perfume de la pasion. Y luego perderlo. Perderlo para siempre.
Olvidar lo vivido, olvidar sus existencias. Olvidar su amor, su pasion.
Olvidarlo todo.

Y, más aca, aún me encuentro de pie, con los ojos cerrados, imaginando que él esta aquí, y que no se irá.

febrero 22, 2008

Recuerdos y añoranzas

Hoy soñé con seres mágicos en una tierra de reencuentro. Todo era verde y rosa, y las palabras eran susurros en medio del viento invernal. Jirones de nube envolvían a una pareja junto a un gran árbol rojo. De sus ramas caían gotas, rojas también, gotas que, al caer al suelo, tornaban en flores, en rosas negras, que se marchitaban lentamente.
La pareja miraba el suelo, ella azorada, el avergonzado. El pálido sol del atardecer daba a sus ojos un brillo especial, un brillo de sentimientos perdidos y olvidados. Ella preguntó por qué. El negó con su cabeza, y dió media vuelta. La chica se sentó apoyada en el tronco del árbol, y la tierra ya no era de reencuentro, y el verde ya no era verde, y el rosa no era rosa. Los susurros ya no eran susurros. Creyo morir en aquella noche incierta de su alma. Pudo ver el dolor en cada partícula de su alma, y deseó volver atrás, no haber seguido aquel camino, haber dado la vuelta junto a él cuando podía, haber cruzado el puente que los separaba. Y ahora, en la noche sin luna, la añoranza brotaba de su alma, y caía por sus ojos. Y la música de fondo eran sus gemidos, sus murmullos, sus gritos. No había una mano amiga que la sacara del dolor, no había una palabra tierna que la hiciera despertar. Era un barco viajando a la deriva por un mar de injusticia.
Y una estrella fugáz. La estrella de su alma desgarrada. La estrella que representada sus más hondos anhelos, vino a iluminar su corazón. Ella sonrió. No era justo, no era comprensible, no era aceptable, pero era así. No se merecía lo que le sucedía, no había hecho nada para perderlo, pero había sucedido. Cerró los ojos y buscó en el fondo de su alma los momentos compartidos, las sonrisas robadas, las manos entrelazadas. Se puso de pié y partió, con el recuerdo de la más bella amistad que había sentido, con el recuerdo del amor imposible más posible que había experimentado, con la razón de su tristeza y felicidad en la mente.
El había estado con ella, siempre y en todo lugar. Había estado alli. Y se había ido.

febrero 01, 2008

++Danza de Muerte++



Danza de Muerte

A su alrededor la gente danzaba y conversaba. Se movían con gracia, libres, girando sobre sí mismos, agachándose y estirándose.
Sonrió.
Los bailes eran cada vez más extraños. Sería a causa de las luces parpadeantes que iluminaban el lugar, lanzando destellos brillantes que mostraban las expresiones de los bailarines.
La música era rápida, demasiado rápida. Tenía un ritmo constante, acompañado de efectos que lo hacían envolvente y sugerente.
Había niebla en todas partes. Quizás fuera a causa de las máquinas tira-humo que había en la fiesta. Aquella nebulosa causaba un efecto en la gente, que parecía dormirse cada vez más, sin dejar de danzar y conversar.
Habían muchos que se cansaban, y que paraban de danzar y se desplomaban en el suelo, agotados y adormecidos por el humo del ambiente.
Al parecer, era una fiesta al aire libre, porque corría una brisa fría que intentaba en vano despertar a los cansados bailarines.
Éstos, iban vestidos curiosamente, todos con chaquetas y sendos zapatos. Se les notaba un enorme cansancio en el rostro, pero un inconmensurable temor los invadía sólo al pensar en dejar de bailar. Debían bailar, no podían parar. Debían danzar.
La música se hacía más y más ruidosa, siguiendo con su ritmo constante, como de mil tambores sonando al unísono, como un repiqueteo a gran velocidad. Todo era tan envolvente, que hacía perder la conciencia.
Por más que se mirara o buscara, no había mujeres. En la fiesta sólo quedaban hombres, que seguían danzando, aun sin pareja, conversando a gritos unos con otros, para hacerse oír por encima por sobre la música.
El humo desaparecía a veces, para luego volver. Cada vez más jóvenes caían rendidos por el cansancio. Se desplomaban así, sin más, para dormir una larga siesta.
Las luces parpadeantes los rodeaban, cegándolos e impidiéndoles danzar con libertad. No debían acercarse a las luces, era la regla. Debían alejarse de ellas, danzar en la oscuridad.

Y, de pronto, todo cambió.
La gente danzante ya no danzaba ni conversaba. En lugar de esto, corrían, se agachaban y saltaban. Gritaban.
Las luces parpadeantes ya no eran luces, sino chispas que salpicaban por todos lados.
La música ya no era música. Los tambores ya no eran tambores. En cambio, eran graves descargas, parecidas a un disparo cruzando el silencio.
La niebla ya no era producida por máquinas, sino que era lanzada en bombas. EL humo ya no te adormecía, el humo te paralizaba y te impedía pensar, correr, escapar. EL humo te mataba.
Los jóvenes cansados ya no se paraban a descansar. Caían, inertes, alcanzados por alguna luz, o muy intoxicados por el humo que respiraban.
Los extraños atuendos ya no eran sólo eso, sino que se conformaban de cascaos y gruesos trajes militares. Los sendos zapatos eran ahora eran grandes botines de guerra.
Y, en un segundo, letal instante, todo cobró sentido.
Un campo de batalla, una descarga mortífera, un grito ahogado… y todo se oscureció.

enero 23, 2008

++A través del camino++

A través del camino.

La pequeña calle que se habría frente a mis ojos estaba surcada por frondosos árboles a los lados. Todas las copas arbóreas relucían vanidosas, ya que estaban cargadas de suaves colores en forma de flor. Vacía como siempre, la calle dormía, sumada en un familiar silencio.
“Tal y como te recuerdo”- pensó, tomando en amabas manos las rudas y frías maletas que reposaban en el cemento.
Al fondo de la calle, ocupando el sitio de lado a lado, había dos casas, bastante parecidas. La de la derecha estaba pintada de un suave color verde. Tenía balcón en el segundo piso. La de la izquierda, en cambio, figuraba con un tono azul. Era humilde, y en algunos lados la pintura se descascaraba a causa del tiempo. La luz del inminente atardecer iluminaba con su brillo rosada los pasos del que por la calle andaba. Cada paso era un pensamiento distinto. Cada paso era una nueva sensación dentro de su corazón y su alma.
Paso derecho.
“-Aun no entiendo por qué te vas”- la voz en su memoria sonaba con reproche. Volvió a sentir aquella opresión en el pecho al recordar aquella conversación.
Paso izquierdo.
“-Ya te dije”- había respondido- “Es una oferta muy buena, no puedo rechazarla”
Paso derecho.
“-Pero si el trabajo que tienes acá es bueno”- había replicado la otra parte- “Buen lugar, buena paga…”
Paso izquierdo.
“-No se trata sólo de eso, Emilia”- recordó cómo su voz había reprochado a la mujer. Se avergonzó y miró hacia el suelo, sonrojándose tenuemente.
Paso derecho.
“-Pues no lo entiendo”- repuso ella, volteándose para esconder su rostro.
Posó la mirada en su zapato. Estaba sucio, empolvado.
Paso izquierdo.
“-Será sólo por un tiempo”- le había tocado el hombro a la mujer, en actitud conciliadora.
Reprimió el impulso de agacharse a limpiar su calzado. Estaba tan cerca, tan cerca ya…
Paso derecho.
“-¿Para ti 6 meses es poco?- él no había contestado. La mujer lo miraba con los ojos empañados.
Subió los ojos hacia el cielo, que comenzaba a apagarse poco a poco.
Paso izquierdo.
“-Está bien”- había agregado Emilia luego- “VE y haz tu trabajo. Hazlo bien y rápido, porque los niños y yo te estaremos esperando.”
Divisó una estrella solitaria, ajena a la luz del sol que aún iluminaba la cúpula azul. Tan solitaria, tan erguida, tan indiferente…
Paso derecho.
“-Te amo”- había murmurado ella a su oído, cuando lo dejaba en el aeropuerto- “Te amo”- su boca le había besado suavemente, y Benjamín sintió que sus ojos se empañaban al recordar aquel contacto, sucedido hacía ya tanto tiempo.
Paso izquierdo.
“Había subido al avión con un nudo doloroso en su garganta. Al ubicarse y mirar por la ventana divisó la figura de su familia allí, de pie, sonriéndole.”
Reparó en que el aire estaba frío. Y un pájaro cantaba en las alturas.
Paso derecho.
“-Andrés”- le había dicho a su hijo el día de la partida- “Cuida de mamá y tus hermanas”
Paso izquierdo.
“El chico de sólo 10 años había asentido reprimiendo el llanto. Le había sonreído a su padre.”
Pudo apreciar cuánto extrañaba el suave canto de los pájaros. De aquellos pájaros.
Paso derecho.
“-Daniela, cariño”- era el turno de la más pequeña, la niña de 4 años- “Hazle caso a mami y a Andrés, ¿si?”
Extrañaba también los árboles.
Paso izquierdo.
“-Cuando vuelvas- la voz de su hija le había hecho sonreír- “Cuando vuelvas, ¿jugaremos con el columpio?”
Extrañaba aquel silencio, que lo calmaba y le daba paz a su corazón.
Paso derecho.
“-Claro, mi pequeña- había dicho él, abrazándolo”
Extrañaba el cielo despejado, libre de suciedad.
Paso izquierdo.
“-Javiera”- se acercó a la niña de 8 años, situada al lado de su madre- “Ayuda a mamá con la comida, y alimenta el gato, ¿si?”
Extrañaba la silueta del gato Perla, recortado contra los árboles, esperándolo tras un largo día de trabajo.
Paso derecho.
“-Si, papi”- había dicho la niña, bajando la mirada. Él la había abrazado fuerte, conteniendo la tristeza.
Extrañaba su hogar.
Levantó por fin la mirada y, frente a él, estaba su casa.
Paso izquierdo.
“-Vuelve”- le había murmurado Emilia, con voz anegada, al despedirse.
Avanzó el resto del camino por entre el jardín delantero, intentando no llorar de alegría.
Seis meses. Seis largos y duros meses sin ver a sus hijos ni a su esposa. Seis meses lejos, casi sin escuchar la voz de sus seres amados. Seis meses sólo y sin poder abrazar a sus hijos. Seis meses que ahora, al abrir la puerta con su antigua llave, se sentían muy, muy lejos.
-Benjamín- murmuró una voz anegada por el llanto. El hombre enfocó su mirada y vio ahí, frente a él, a la otra parte de su alma, su familia.
-Estoy en casa.
La vista se le nubló cuando 4 ángeles se abalanzaron sobre él.

enero 20, 2008

++Tu opción++

Tu opción

Tomó la jeringa y se la inyectó en el antebrazo. De inmediato, sintió cómo su cuerpo respondía al estímulo, y se dejó llevar por la ya conocida sensación de libertada absoluta. Sonrió y se recostó cuan largo era en el atrofiado sofá. El gato se le subió al pecho con un estridente maullido, pero el joven lo sacó de ahí con un solo manotazo. El gato lo miró desde el suelo, con los ojos entornados.
-Creo que ya está bueno de eso…- replicó una joven, que estaba sentada en el suelo, mirándolo con reproche- Te estás inyectando muy seguido.
-Vamos…- murmuró el chico, sentándose- No seas así.
Estiró una de sus esqueléticas manos hacia ella, y le acarició la mejilla. La joven no pudo evitar sonreírle y respondió a la caricia, acercándose a él.
-Sólo lo digo porque me preocupo por ti- le susurró al oído. EL chico la invitó a sentarse a su lado con un gesto de su mano, y le contestó.
-Lo se, amor.
Acto seguido, la besó. Primero con ternura, luego, con pasión desmesurada. La chica se dejó acariciar y besar por su novio, entregándose al dulce y embriagador aroma de la lujuria. Por un lado, le molestaba que su novio fuera tan adicto. No tenía mayor problema con las drogas, ya que ella misma se inyectaba a veces. Pero, el chico se estaba acostumbrando, y ya nunca estaba cuerdo cuando se juntaba con la joven.
Pero, a pesar de todo, ello le amaba, mucho, más de lo que habría podido explicar. Ya que, si no sintiera algo tan fuerte, no habría aguantado todas aquellas noches bajo la influencia de los alucinógenos.
Lentamente, se separó de él. No se sentía cómoda entregándose de esa forma, con su novio actuando gracias a la droga, sin su comportamiento sano. Además, ella se había enamorado de un chico sano que, poco a poco, había ido entrando en las drogas.
-¿Qué sucede?- preguntó él, desconcertado, al sentir la lejanía de su compañera.
La chica guardó silencio, y se limitó a bajar la mirada hacia el piso, donde el gato se había hecho un ovillo.
-¿Qué pasa, amor?- volvió a preguntar él, preocupado. Pasó su brazo rodeando la cintura de ella y la atrajo hacia sí- ¿Por qué tan fría?
-No, si no es eso- respondió ella, soltándose del abrazo.
-Entonces, ¿qué sucede?- él se enderezó y la miró. La chica notó que tenía las pupilas dilatadas.
-Ya sabes que no me gusta estar contigo cuando estás bajo el efecto de eso- respondió, poniendo énfasis en la última palabra. Su timbre de voz dejaba entrever un cierto reproche.
-Otra vez con lo mismo…- murmuró él por lo bajo, ofuscado- Ya te he dicho que no tiene nada que ver una cosa con la otra. Yo te amo, y tú lo sabes…
Le tomó el mentón y giró su cara hacia él. Suavemente, la besó, con infinita ternura. Ella reprimió un suspiro, y lo abrazó con fuerza.
-No puedo dejar de pensar que cada vez te haces más y más adicto a esta basura, y a esta situación- ella guardó un momento de silencio y luego agregó- Que cada vez te vas alejando un poco más de la realidad…
-¿Por qué dices eso?- lo cortó él, soltándola y mirándola con expresión ceñuda- Ésta es mi realidad, mi vida, y nadie puede elegir por mí, ni siquiera tú.
Ella notó la rudeza de sus palabras, y lamentó haber roto el hechizo en el que estaban envueltos.
-Si lo se, amor- concilió ella, cansada- Pero algún día debes salir de esto. Debemos- rectificó luego, cabizbaja.
-¿Por qué? ¿Quién te dice que no podemos vivir así para siempre?
-Nadie, pero no podemos- ella estaba algo dolida- Claro que no podemos. Por un tiempo está bien, pero luego debemos salir. Además, esto te irá matando, este camino siempre llega directo a un barranco, y yo no…
-Pues no- la cortó él, poniéndose de pie- A mi no, porque yo se lo que hago, se lo que decido, se cuál es mi opción, y tengo claro qué me gusta y que no- aguardó un instante y luego, mirándola con rencor, le espetó- Mi opción es esta, la libertad. ¿Cuál es la tuya? ¿Qué es lo que elijes? Ser una chica más, correcta, santita, tonta… ¿eh?
Ella le miró con tristeza. Sabía que terminarían discutiendo, pero, por más que ella se rindiera ahora, él seguiría reprochándole.
-Mi opción…- murmuró- Mi opción… Mi opción es con mi vida, pero…
-¡Ah!- exclamó él, sonriendo con ironía- Es decir, que la niñita tiene miedo, por eso elige el camino aburrido y sin gracia, antes que el camino de aventura y libertad- escupió en el suelo, y luego se le acercó.- Yo creí que eras distinta, que podríamos compartir algo muy bueno. Pero no, porque mi camino es muy arriesgado para ti.
La miró un momento y luego le tomó el mentón con rudeza.
-¿Ya no disfrutas conmigo?- le preguntó, acercándose a ella- ¿Y no te gusta que haga esto?
Y bajó su boca hacia el cuello de ella, y la besó varias veces.
-¿Acaso no te agrada esto?- le susurró al oído- ¿Ya no sientes ese “hormigueo”?
Ella había cerrado los ojos, sintiendo cómo un escalofrío recorría su espalda.
-¿Y?- inquirió él, volviendo a mirarla a los ojos.
-Tu sabes que me gustas, pero…
-Pero, ¿qué?- el joven estaba comenzando a exasperarse.
-Pero no es lo que quiero… Con eso no gano… Con eso pierdo mi camino de vida.- soltó ella, sin controlarse más.
Él la miró con profundo disgusto y luego, sorpresivamente, la abofeteó.
-Perra- murmuró, y, dándose la vuelta, salió de la casa dando un portazo.
Ella se quedó de pié con la mejilla colorada por el golpe, y los ojos empañados. Sin aguantar más, gritó. Tomó la jeringa que había sobre la pequeña mesita de centro, la preparó y se inyectó con dolor y angustia. Se desplomó en el sillón y comenzó a llorar.
“Quiero salir de esto”- murmuró en su mente.
Abajo, un gato la miraba indiferente.

enero 09, 2008

++En la cima de la colina, una promesa++

En la cima de la colina, una promesa

El frío le golpeaba el rostro, como un látigo de hielo que arañara la piel. Era duro, áspero, despiadado en su tortura. El cielo, oscuro, sin un atisbo de luz que indicara que el sol, que la luz, que la esperanza, aun estaba ahí. Ni un solo sonido que hiciera recordar que aun estaba en el mundo, que aun tenía vida. Ni un ruido que le hiciera salir del ensimismamiento en que estaba sumergida. Caminaba inconscientemente, por la empinada pendiente, por la tierra resbalosa que indicaba que había llovido recientemente. Inmersa en sus pensamientos, no se percataba de que la oscuridad se cerraba cada vez más a su alrededor, que la noche se cernía cada vez mas sobre el lugar en que se encontraba.

Al llegar a la cumbre, observó el mar, calmado, sin movimiento alguno. Noche sin luna, sin viento, sin ruidos, sin nada…

Se inclino sobre la meseta y observó una roca que ahí se encontraba. El paso el dedo por encima, y pudo distinguir algunos trazos en ella grabados. Trazos que contenían memoria. Trazos que inmortalizaban sentimientos pasados. Trazos que le hacían recordar lo que había sido, lo que habían sido. Se inclino hasta que su cara toco la dura superficie. Estaba fría, como todo a su alrededor. Fría, helada, como un cuerpo inerte, o un cuerpo sin alma ni sentimiento alguno.

“Quizás estoy así de fría ahora”- pensó.- “Quizás esta inmensa soledad ha extraído todos y cada uno de mis antiguos sentimientos, dejándome vacía”

Con la poca luz que aun quedaba en el ambiente, leyó las palabras en la piedra escritas, incorporándose un poco.

“Aunque la lluvia golpee el rostro
Aunque la noche no quiera acabar
Aunque la soledad te quiera dominar
Nunca estarás sola
Yo estaré a tu lado, mi amiga.
Estaremos juntas por siempre
Todas, como una sola.
Te llevo en mi alma,
Llevo tu sonrisa grabada en fuego,
Y te amo más que a mi,
Amiga, amigas mías.”

Este trozo provocó en la mujer una serie de sentimientos que creía perdidos a causa del tiempo y la edad. Sintió como nuevamente el calor la embriagaba por dentro, al recordar un círculo en la cima de un monte, y a 8 chicas en torno a el reunidas. Los recuerdos era nítidos, a pesar de que los años habían volado sobre ellos, dejándolos sucios y escondidos en algún lugar del alma. Pudo verse a si misma, rodeada de varios brazos, de varios cuerpos, que le entregaban calor. Pudo verse a si misma riendo, como hacia tiempo que no lo hacía. Pudo verse a si misma saltando, corriendo, charlando con sus amigas, con sus hermanas, con las partes perdidas de su alma.

“-Vamos, un abrazo- decía una
Y, al escuchar esto, todas se reunían en un mismo cuerpo, entregándose el cariño reservado solo para ellas, entregándose la amistad por siempre.
EL grupo, en la cima de la colina, charlaba sentado sobre la hierba o sobre la roca, mirando una puesta de sol especialmente linda.
-Quiero estar con ustedes siempre- decía otra, con los ojos brillantes- No quiero que esto acabe. No quiero irme.
Todas la miraron, y una sombra cruzo sus juveniles rostros.
-Tranquila, que esto no es un adiós, mi niña.- le dijo ella, acariciándole el cabello- Esto es solo un “hasta pronto” Nos veremos siempre, es una promesa
Todas asintieron en silencio. El momento de la separación era inminente, y cada una podía sentir la pena de la otra pesando sobre sus hombros. La hora había llegado, y cada una tomaría rumbos distintos en su vida, con la promesa de seguir viéndose y queriéndose como en un principio.
-¿Grabemos nuestro amor?- preguntó una, que casi no había hablado en la reunión- Grabemos nuestra promesa en esta piedra. Porque esta piedra es fuerte, dura, y nada podrá romperla. Al igual que nuestro amor mutuo, nada podrá romperlo jamás.
Todas estuvieron de acuerdo, y tomando una llave, grabaron las palabras de amor, el juramento de amistad por siempre, inmortalizando sus vidas para siempre.
-Las quiero, mis niñas- dijo una- Nunca estarán solas
-No, nunca estaremos solas, siempre nos acompañaremos.- dijo otra, incorporándose- Démonos un abrazo, por que llega la hora de partir.
Y, con lágrimas en los ojos, y nostalgia en el corazón, se abrazaron por ves ultima, sellando en sus almas la promesa. Sintiendo el calor de sus cuerpos por ultima vez, y sin saberlo, se dijeron adiós.”

-¿Por qué os habéis ido?- murmuró la mujer, mojando la piedra con sus lágrimas. Lagrimas que creía perdidas hacia mas de 70 años. Lagrimas que nunca antes habían sido sinceras. Lagrimas que no derramaba desde que tenía 18 años, en la cima de una colina, desde donde veía el mar, con sus amigas de toda la vida.
-¿Por qué os habéis ido?- preguntó nuevamente, recostándose en la roca.-¿ Por qué os habéis ido, dejándome sola? ¿No habéis pensado que, quizás, os extrañaba?
Lloró amargamente sobre la roca pulida, sobre la inscripción de años y años.
-Las necesito, ¿sabéis?- murmuró, serrando los ojos- Todo en mi vida se ha ido, estoy sola. Y ustedes me han dejado sola, hermanas mías. Las necesito.
Y la mujer lloraba, sacando fuera la pena guardada durante años, la frustración de las cosas que no había cumplido, de las metas fallidas; sacando fuera la soledad que había sentido en la separación de sus trozos de alma.
-¿Por qué os fuisteis?- preguntó a la noche, levantando su vista. Entonces, se percató de que las estrellas habían salido ya.- ¿Por qué me habéis dejado sola?
Contemplo las estrellas, llorando de amargura, hasta que no pudo mas y exclamó.
-¡Las necesito! ¡Siempre las he necesitado!
Y, llorando, se quedo dormida, observando las estrellas.

-Nunca has estado sola- murmuró una voz a sus espaldas, mirando a otras 7 que observaban el cuerpo de la anciana- Nunca te hemos dejado, querida.
Pero la mujer no escuchaba, estaba sumida en el sueño de la soledad, aquel sueño de que nadie quiere salir, pero, sin embargo, nos hace sufrir.
-Hemos esperado años para que dijeras eso- murmuró otra, mirándola con ternura.
-Nunca estuviste, nunca has estado, nunca estarás sola, amor- dijo una, mientras las lagrimas caían por sus mejillas- Siempre estaremos contigo, aunque no lo parezca. Nos fuimos antes, pero no por eso te hemos dejado.
-Te amamos con toda nuestra alma, niña- murmuraron todas, y, acercándose a la piedra, se arrodillaron a su lado, llorando por ella.
Y las estrellas iluminaban la escena, el amor que perdura mas allá de todo obstáculo, la fidelidad de un “te quiero”, la promesa que implica una amistad.

Y la mujer, rodeada de sus hermanas, rodeada de las niñas que habían cautivado su corazón, rodeada de aquellas a quienes amaba más que a la vida misma, continuó dormida, llorando en su mente, sin saber que ellas estaban ahí, acompañándola siempre, cuidándola siempre, amándola siempre.

Antes del Amanecer

Nota: es posible que muchos de ustedes no entiendan a qué se refiere esta historia. Si no lo entienden, no os preocupéis, que es solo un pensamiento más.
---------------------------------------------------------------------------------------------------

Antes del amanecer

Como cada mañana, desperté. Como cada mañana, deseé morir, escapar, correr… Volar de este mundo, olvidar que estoy viva, olvidar quién soy, olvidarlo todo…
Estuve largo tiempo sobre mi cama, intentando encontrar una respuesta a mi existencia, pero, como cada día, no la encontré.
¿Por qué? Es la pregunta que alimenta mi alma.
¿Qué hice mal? Es el pensamiento que nubla mi vida.
Mi memoria camina lejos de mí, en otro tiempo y lugar, en la felicidad.
Me veo a mi misma con los sueños que teníamos.
Mis pensamientos no tienen orden. Son sólo luces en la oscuridad de mi alma, una esperanza en este terrible lugar…

Me levante de mi cama. Camino en la habitación, observando cada lugar una vez más, recordando tantas cosas que estarán por siempre en mi alma.
Miro en el espejo mi joven rostro, que parece vieja, mi expresión cansada, mis ojos, alguna vez azules, que ahora están blancos, cómo sin vida, sin esperanza, sin amor…
Una lágrima cae por mi mejilla, y, entonces, más de éstas comienzan a caer. No hago nada por detenerlas. Las dejo que caigan, ya no me importa…
Mi cabello, antes castaño y brillante, ahora es sólo una masa opaca.
Regreso a mi cama, y tomo una de las cartas sin leer que he dejado ahí. Cuando siento su textura, mi corazón sangra. Ésta es la última carta que él me escribió, y yo aún no la leo.

Esta carta es algo especial para mí, quizás por esta razón, mis manos temblaron al tomarla. Mis ojos leían las oraciones, y mi corazón comenzó a llorar.

“Ángela:

Mi amor, mi auto está por llegar. Sólo tengo tiempo para escribirte unas palabras, porque tú debes entender el porqué de mi viaje.

Quiero que tú seas feliz, que continúes, sin mí. Quiero que sonrías. ¡Quiero que vivas!

Necesito saber que tu vivirás tu vida. Que tú no te detendrás.

Créeme.

Hay cosas que escapan de nuestras manos, ésta es una de ellas. Te amo más que nada en este mundo, y nunca te dejaría sola, pero, yo debo cumplir, porque sólo así, quizás, podré algún día estar contigo una vez más, y para siempre.

Debes ser fuerte; no puedes caer, por ti, por mí, y por nuestro hijo
El crecerá y será un gran hombre.
Siempre estarás conmigo, nunca me dejarás sólo.
Mi amor, siento que mi auto viene. Ellos han llegado, para llevarme a la tierra de la desolación y la desesperación, para alejarme de mi amor y de mi hijo. Viene mi auto, y, junto a él, ha llegado mi desesperación.
Te amo, nunca lo olvides.

Continúa, amor, no te detengas. Prométemelo.
Estaremos juntos por siempre…

Cuida a mi hijo
Manuel”

Dejo la carta en mi cama, y me siento en ella.
Sólo una lágrima cae por mi mejilla. Pero yo sonrío, sonrío como muchas noches hice. Acaricio mi vientre y susurro:

“Manuel, aquí está tu hijo. El sabrá que su padre fue un hombre grande, que lo amaba, y que nunca quiso dejarlo, sino que lo obligarlo. Se llamará Manuel, como su padre, que partió a la guerra sin quererlo, de improviso, y, aún así, amaba a su joven novia, Ángela”

enero 08, 2008

¿Venganza o Amor?

¿Venganza o amor?

-¿Estás segura?- le preguntó el joven, con voz titubeante, y mirada intranquila.
-Claro que sí.- respondió la muchacha que frente a él estaba. Aunque su voz sonaba nerviosa, sus ojos y su expresión segura no dejaban entrever ni un solo atisbo de indecisión. Luego agregó, sonriendo tímidamente- Sabes que estoy dispuesta a cualquier cosa por ti.
Él le sonrió, pero sus ojos expresaban una inquietud que rayaba en el miedo, el terror, podría decirse.
-Es que…- murmuró dubitativo- No lo se. No creo que sea lo correcto- comenzó a decir, hasta que la voz de la chica lo interrumpió.
-Si es contigo, si es juntos, entonces no dudes nunca que es lo correcto- su gesto era severo, serio. Se diría que ella estaba más convencida que el joven. Y, en cierto modo, así era.
Como el chico abriera la boca para volver a replicar ella le posó un dedo en los labios y le besó suavemente.
-Te quiero, y estoy dispuesta a hacer lo que sea- le susurró al oído, con suavidad.
Él asintió en silencio.Ella le miró a los ojos, y le preguntó.
-¿Estás más tranquilo ahora?- su mano apretó lentamente la mano del chico, y éste sonrió confuso.
-Sí. Claro que sí.- dijo luego, con expresión segura y tranquila.
Pero no, él no estaba tranquilo, el no podía estar tranquilo. Luego de algunos besos, algunos minutos, y unas cuantas sonrisas, la joven rompió el silencio, mientras acariciaba el cabello de su compañero.
-¿A qué hora vendrás?- inquirió.
-A las once en punto.- respondió él, y agregó- Tus padres no estarán, ¿verdad?
-No, ya te lo he dicho- replicó la chica, con voz cansina- Saldrán a una cena y no volverán hasta muy entrada la noche.
-Ah, claro. Se me había olvidado- contestó él, pasando su mano por su cabello.
-Ya. Es hora de que partas- le dijo la chica, poniéndose de pié, y tomándole la mano- Debo arreglar mis cosas, y tu las tuyas. Nos vemos en unas horas.
-Tienes razón- asintió el joven, y, luego de pararse y estirarse, la abrazó, quizás un poco más fuerte de lo común.
Se despidieron con un beso, y él se fue, con la mente atribulada.
Mientras caminaba, se cuestionaba duramente en silencio.
“¿Por qué?”-se preguntaba, sintiendo la brisa golpear su rostro- “¿Por qué? No hay motivo…”¿O si lo había?
Sintió un leve malestar en la cabeza, y quiso, por un momento, dejar de pensar. Pero los pensamientos, astutos como siempre, no desperdiciaban los momentos de soledad del joven, para atacarlo y herirlo en lo más profundo.
“Ella no ha hecho nada”- pensó, acongojado.- “No se lo merece. Es inocente”- al repetir esta palabra en su cabeza sintió una punzada de culpabilidad en su corazón. Sus cavilaciones por la desierta acera lo llevaron a un punto mucho más profundo, algo que había estado evitando y desafiando durante un tiempo, algo que le hacía desesperar aún más que los pensamientos anteriores.“¿Y si ya no quiero hacerlo?”- pensó, con un atisbo de rebeldía- “¿Qué tal si me he arrepentido y no lo hago?”A su alrededor el paisaje se volvía más familiar, con sus casas medianas y calles sucias.“¿Qué tal si no lo hago?”- se preguntó a sí mismo y, como otras veces, una voz áspera, oscura, despiadada, le respondió.“Yo ya te di tu tarea, para sanar tu sed de venganza. Prometiste cumplirla costase lo que costase”El joven ni se inmutó. Estaba acostumbrado a aquella voz que le respondía a veces, desde la profundidad de su mente y su alma.
Abrió la puerta de la casa maquinalmente, y se sentó en el sillón.
-Pero, ¿y si me he arrepentido de hacerlo?- inquirió el joven, murmurando mentalmente- ¿Y qué si ya no deseo hacerlo?
-Lo harás- respondió la voz fría, acentuando su tono de crueldad.- Lo harás, y lo sabes.
-No, no lo haré- el joven respondía tercamente- No deseo hacerlo, ¿si?
-Si lo deseas- la frialdad invadió el cuerpo del joven, con cada palabra pronunciada por esa voz- Sabes que lo deseas profundamente. Son tus deseos más oscuros. Y lo harás. Terminarás cayendo, como antes lo has hecho. Caerás, y no podrás evitarlo, porque soy dueño de tu alma, tus pensamientos y sentimientos. Soy el amo de tus miedos más profundos.
El chico posó la cabeza sobre sus manos, y, sintiendo que su fuerza de voluntad era cada vez menor, volvió a alegar.
-No lo lograrás. Aún puedo controlar mis emociones, y hay un lugar donde no has logrado penetrar.
La voz guardó silencio, y luego replicó, con un susurro silbante y aterrador.
-¿Crees, acaso, que no conozco la profundidad de tu corazón? ¿Has osado pensar que puedes ocultarme algo? ¿Imaginas que hay algo que no conozco?- soltó una risa breve y estridente- Ingenuo. Me entregaste tu corazón, tu mente y tu alma, y ya no podrás esconderme nada.
-Te equivocas- murmuró el joven, casi sin fuerzas- Hay algo que no podrás tocar ni dominar jamás, porque no te dejaré entrar en él.
Hubieron unos instantes de silencio profundo, que el chico utilizó para respirar profundo y recuperar energía. Casi podía sentir los ojos de aquel ser, de aquel espectro maligno, recorriéndolo, descubriendo cada rincón, rompiendo cada defensa impuesta por sus sentimientos. Tras unos cuantos instantes en que le chico se sintió desnudo ante la voz, ésta dijo, irónico.-
¿Con que el pequeño se ha enamorado?- al escuchar esta frase, el joven sintió que sus últimas fuerzas lo habían abandonado, y que ya nada lo podría defender- ¿Con que el niño ha caído en ese juego?
-No- repuso, amargamente, el chico- Yo no me enamoro. Ya te lo dije una vez.
-Silencio- le ordenó la voz- Maldito mentiroso. ¿O acaso no recuerdas tu imagen sufriendo, llorando por una mujer? ¿No te ves pidiendo a gritos venganza? ¿No recuerdas haber jurado vengarte de todas las mujeres, sin importar nada, ni siquiera el amor? Insulso. Has caído en sus redes, y vas a sufrir.
-No, no voy a sufrir- replicó el joven, sin convencimiento- Yo la…
-¿La quieres? ¿La amas?
El chico sintió que le faltaba el aire. ¿La quería realmente? ¿O era sólo otro de sus juegos?
-Yo…- murmuró en voz alta, pero el zumbido en sus oídos y el vacío en su estómago le indicaron que el ser se había ido, en el peor momento, aprovechando la indecisión del muchacho, dejándolo con sus miedos.
Se sintió inmensamente solo, y se pasó una mano por la boca. Tocó un líquido suave y se percató de que estaba sangrando.
-¿Qué diablos?- exclamó, al notar en su boca el inconfundible sabor de la sangre. Se puso de pié con rapidez, pero sus piernas flaquearon y cayó al suelo, incapaz de moverse. Su boca con sangre le impedía gritar, y sus dedos no se movían. Su cuerpo no respondía a las órdenes de su mente. El dolor consumía cada partícula de su ser. Tras unos minutos y, con gran esfuerzo, logró incorporarse nuevamente. Luego de unos segundos, la sangre había desaparecido de su boca, y sus articulaciones recuperaban su habitual movilidad. Al enderesarse completamente, sintió un escalofrío en su espalda, y la garganta seca. Luego sucedió.
Sintió como si miles de cuchillos candentes le perforaran cada milímetro de su cuerpo. Su cara le ardía dolorosamente. Caminó a tropezones hacia el baño y ahí, se observó en el espejo. Pequeños rasguños le abrían la piel por todo el rostro, y le hacían sangrar profusamente. Quiso gritar, pero su voz no salió de su garganta. Sus manos tiritaban violentamente. Su vista se nubló y sus rodillas temblaron. Se afirmó en el lavamanos e intentó respirar.-
¿Lo harás?- resonó la voz en su cabeza, desafiante- ¿Cumplirás tu sentencia?
El joven apretó los ojos y frunció el ceño. Estaba juntando todas sus fuerzas para no dejarse vencer ante la voluntad del ser. Finalmente, balbuceó, mientras un hilillo de sangre corría por la comisura de la boca.
-No. No lo haré- sintió punzadas en su cabeza y espalda- No lo haré. No lo haré.
-Si lo harás- susurró la voz fría- Lo harás, ¿verdad?
El chico intentó respirar, pero el aire no llegaba a sus pulmones. Uniendo sus fuerzas, y evocando la imagen de su compañera en su mente, gritó.
-¡¡No lo haré!! ¡¡La amo!!- y se desplomó en el suelo, exhausto. La voz se había ido.
Notó que ya no tenía sangre en la cara, y que su respiración volvía a su ritmo habitual. Volvió a la sala y miró la hora. Ya era las 10:30. Al parecer, el tiempo había pasado más rápido de lo habitual mientras el discutía con la voz. Fue a la habitación y tomó el bolso. Comenzó a echar en él varias prendas de ropa, junto con música y libros.
-No me vas a vencer- musitó en voz baja- No me ganarás.
Guardaba las cosas con violencia, farfullando maldiciones contra el ser. Cuando, en el salón se aprestaba a ponerse la chaqueta para ir a buscar a su amor, sintió un cosquilleo en la pierna, y, al mirar hacia abajo, se quedó helado. Una serpiente de color negro con manchas amarillas subía por su pierna, enroscándose y apretándolo cada vez más. Su mirada era demoníaca y sus colmillos relucían con malicia. El joven quiso sacarla de ahí, pero la víbora, en un acto rápido, le mordió tres veces en la rodilla. El muchacho gritó y cayó al sillón, retorciéndose de dolor. Sentía la sangre empaparle el pantalón. Se tocó la pierna y notó que la serpiente ya no estaba y, al mirar a su alrededor se percató de que todo estaba oscuro. También sintió un amodorramiento por todo su cuerpo y se dio cuenta que no estaba en casa, que no estaba en ningún lugar. Chirriantes sonidos le rompían los oídos, mientras que un dolor se extendía por cada célula de su cuerpo. Pero no podía gritar, estaba atrapado. Apretó los ojos y vio a su amor, a su joven amiga sentada en una cama, llorando desesperada. Quiso correr, abrazarle, decirle que todo estaba bien. Pero no pudo. Y, mientras sentía que se quemaba por dentro, escuchó la voz cerca de su oído, susurrando, siseando desagradablemente.
-¿Lo harás?- el chico estaba aterrado- Tengo toda la eternidad para hacerte sufrir. Tengo miles de forma para aterrarte y hacerte gritas. Tomate tu tiempo, que tu cuerpo resistira, algo dolorosamente, eso si.- tras dejar una pausa, inquirió- ¿Lo harás?
-No-lo-haré- contestó el muchacho, diciendo cada palabra con gran esfuerzo.-Yo…
-Eres mío- siseó la voz.- Tengo tu ser en mis manos.
-No, no lo tienes- objetó el joven, sintiendo que le faltaba el aire.- Soy dueño de mi ser.
Una risa estridente resonó en su mente y los oídos le dolieron aún con más intensidad que los minutos anteriores, como si fueran a estallar. De pronto, la imagen de la chica volvió a su mente, y el joven sintió que su corazón y su vida entera se volcaban hacia ella.
-Linda, ¿no?- se burló el ser- Es una lástima tener este terrible destino. Además, es una lastima que algo tan bello como ella, pueda ser destruído tna facilmente. Dolor, dolor, y dolor. ¿Qué te parece?
El dolor seguía mortificando al chico, hasta que el ser dijo, cruelmente.
-¡Sufre! Caerás en mis redes, insulso. Caerás. Doblegarás tu voluntas hacia mí. Tengo tu ser.

Y el dolor se fue, junto con la imagen de su amor. Al abrir los ojos, se encontró tirado en el suelo, cubierto en sudor frío. Se puso de pié, tambaleándose. Sin miramientos, salió de la casa, con el bolso en su mano.
“No me vencerás, maldito”- pensó, evocando la imagen de su amada.
Caminaba rápido, pensando en su compañera. No dejaría que nada le sucediera, eso estaba claro. Ni siquiera se percató del momento en que la chica le abrió la puerta y le hizo pasar a la casa.
-¿Te sucede algo?- preguntó la muchacha, luego de abrazarlo.
-No, nada.- respondió el joven, evitando su mirada.- ¿Por qué?
-Te noto algo extraño- musitó la chica.
-Tranquila, amor- le contestó él, tomándole las manos- Son sólo los nervios.
Ella le sonrió, algo más tranquila y lo condujo hacia su cuarto. El joven miraba hacia todos los lados, como si se sintiera perseguido. Recordaba incansablemente las palabras del ser: “Caerás en mis redes”
-Amor- la voz de su compañera le sobresaltó.
-¿Si?- contestó el chico, rápidamente.
-Te he preguntado dos veces si estás listo- le reprochó la muchacha- ¿Qué te sucede?
El joven no respondió y se paró de la cama en que estaban sentados. Se acercó a la ventana y miró hacia la oscuridad de la noche. Sintió los pasos de la chica tras de él, y quiso alejarla, o alejarse, lo más posible.
“Lo harás”- la voz resonó en su cabeza, nuevamente. El ser había vuelto.
-¿Lo harás?- la voz de su amor llegó abruptamente a sus oídos- ¿Te irás conmigo?
-Sí, sí- titubeó el joven.- Claro que sí.
Se dio la vuelta y la vio sonreír.“¿Por qué le estoy haciendo esto?- se preguntó mientras abrazaba a su compañera- “Ella no me ha hecho nada, no me ha dañado”. Vio que la joven tomaba su bolso y abría la puerta decidida, esperándolo.
-¿Vamos?
Y el chico sintió como si un cristal se quebrara dentro de él. Pudo ver cómo sus ilusiones se desmoronaban y cómo todos los sueños que ambos tenían se destruían al recuerdo de aquella frase: “Caerás en mis redes”. Todo comenzó a nublarse a su alrededor, exceptuando la imagen de la chica, que lo miraba, confundida.
-¿Qué sucede?- inquirió la joven, soltando la manilla de la puerta- Vamos.
La muchacha estaba parada ahí, y el joven la contemplaba extasiado.
-Te amo- murmuró él, con los ojos en lágrimas.- Te amo más que a mi vida. Eres todo para mí. Mi vida, mi mente, mi alma y mi corazón.
Ella le sonrió, sin entender.
-Yo también te amo, mi niño- le susurró, dejando el bolso en el suelo y acercándose a él con suavidad. Se paró en frente del joven y le tomó las manos. A este contacto, el chico sintió que su corazón gritaba de dolor, desesperación y, también, de rechazo. Ella acercó su cara a la de él, con intensión de besarlo. Sus labios estaban sólo a unos cuantos centímetros y ambos podían sentir sus respiraciones y, sin embargo, cuando ella le iba a besar, el bajó la miraba y musitó.
-Perdóname- se dio la vuelta y se acercó a la ventana, llorando.
Ella le siguió y, cuando iba a tocarlo, él se volteó y gritó.
-¡No lo entiendes!- sus ojos y sus lágrimas expresaban una dolorosa agonía.- ¡Yo te amo! ¡Te amo!
Al parecer, la joven se asustó, ya que se alejó, preocupada.
-¡TE AMO MÁS QUE A MI VIDA, PERO NO PUEDO ESTAR CONTIGO! ¡NO PUEDO PERMANECER A TU LADO TODA MI VIDA! ¡DEBO DEJARTE!
-¿Qué estás diciendo? ¿De qué hablas?- le preguntó ella, mirándolo con aprensión.
-¡NO ENTIENDES!- gritó el joven- ¡DEBO DEJARTE, DEBO IRME!
-No- susurró la muchacha- No, tú no…
-SI PUEDO- explotó el muchacho, tirándose de los cabellos y llorando desesperado- TE AMO Y POR ESO TE DEJARÉ. ALÉJATE, NO QUIERO DAÑARTE.
Al decir esto se desplomó en el suelo y comenzó a sollozar, murmurando incesantemente: “No quiero dañarte... no quiero dañarte...”.
Al cerrar los ojos, veía a la chica, muerta, muerte en sus brazos. Muerta por su culpa. Muerta por sus manos.
“Lo harás”- resonó la voz en su mente y la voluntad del chico, que hasta entonces se había sostenido en el amor que sentía por la mujer, se rindió, dando paso al deseo oculto de su alma, a sus temores y, por supuesto, a la oscuridad y las tinieblas. Se puso de pié, tambaleante y se acercó al bolso. La chica respiraba agitadamente, ya que había visto un brillo en su amado, algo desconocido para ella hasta entonces. Un destello de maldad y crueldad, pero, a la vez, un destello de dolor y amor. El joven abrió un bolsillo pequeño del interior del bolso y cerró los ojos.
“Hazlo”- susurró la voz del demonio en su cabeza.
“La amo”- replicó su alma, ajada de dolor- “La amo con todo mi ser”
“Hazlo”- repitió la voz.
“No quiero dañarla”- dijo el muchacho, mientras gruesas lágrimas caían por sus mejillas- “La amo”
“Hazlo”- dijo la voz nuevamente, con más frialdad que nunca.- “Has caído en mis manos. Mátala”
El chico gritó y, luego, sin fuerzas para luchar, le murmuró algo a la muchacha, que contemplaba aterrada a su joven amor.
-Nunca he conocido a nadie tan bello como tu- su voz sonaba pastosa, anegada por las lágrimas- Te amo como nunca he amado. Nunca te olvidaré, amor de mi corazón. Ángel de mi pobre alma herida.
Y, dándose la vuelta hacia ella, enarboló el cuchillo que tantas otras veces había utilizado con el mismo fin, mientras un destello rojo relucía en sus ojos, y gruesas lágrimas caían por sus mejillas.

Fin