¿Al alba?
La gota nace a esta vida aún antes que el alba. Depositada con suavidad en una hoja de árbol por la niebla nocturna. La gota permanece ahí, dormida, aún sin contemplar la maravilla de la vida. Cuando comienza a despertar el alba, la gota comienza a maravillarse del esplendor que se revela ante sus ojos. Pero, junto con este sentimiento de estupor, viene el miedo a lo desconocido, a lo que pueda venir después, al no saber qué es lo que se esconde tras las cortinas cerradas del futuro. La gota se siente angustiada, tiene miedo de dar un paso en falso. Aún no es de día, y la gota ya está aterrada del tiempo que pueda venir.
De pronto, el sol comienza a salir de su sueño, y la gota intenta esconderse de su luz y su calor. Pero del abrazo del astro rey nadie puede escapar, y la gota ve descubiertos sus miedos y sus imperfecciones a causa de la luz. En un intento vano de esconderse, la gota comienza a deslizarse por la hoja, sin percatarse de que está en el filo, de que tiene que decidir entre dejarse caer o lanzarse al abismo. La gota se desespera, y apura su paso por la hoja. La gota quiere alcanzar a ver y a sentir lo más que pueda antes que el sol la lleve definitivamente al vapor, al punto sin regreso. Pero, en su afán por verlo y sentirlo todo, la gota se pierde de las cosas más lindas de la vida. Se pierde el tono rosáceo de las montañas al ser tocadas por la luz; se pierde el despertar alegre de los pájaros sobre las ramas de los árboles; se pierde el suave baile de las nubes sobre su cabeza.
Y no deja de correr, no deja de escapar. Está al borde, y no se da cuenta.
Cuando ya nada hay que hacer, la gota se lanza hoja abajo para caer y desintegrarse, recién en el alba de su existencia, sin haber gozado en verdad cada segundo, por miedo a que todo terminara.
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