Fuego Liquido

Fuego Liquido
Muchas veces creemos que el agua es fría y gélida, por lo que es mala. Otras tantas pensamos que el fuego es candente y peligroso, y es malo. Pero, los dos dan vida, entonces, ¿fuego o agua?

++Frase Aleatoria++

No importa lo que haga, cada persona en la Tierra está siempre representando el papel principal de la Historia del mundo. Y normalmente no lo sabe

junio 26, 2008

Reencarnación

Iba la chica caminando por el puente. Sus piernas temblaban debido al cansancio de haber andado durante horas sin parar. Su cabello estaba enmarañado y sucio. Sus ojos resaltaban un sentimiento extraño, que no era tristeza, sino, mas bien, como el sentimiento de soledad que corroe y destruye hasta las almas más perfectamente forjadas y endurecidas. A saber, el alma de esta chica estaba dañada, herida, y esto la hacia caer cada vez mas en un abismo de tristeza. Se podría decir, también, que la chica simplemente estaba cansada, pero su cansancio era un agotamiento mas profundo que el propio de los seres vivos, era un agotamiento del corazón, aquel cansancio que no se pasa con una cama reponedora, ni una comida bien nutrida. ¿Qué mas podríamos agregar de la niña? Que, en el fondo de su corazón, era feliz. Se consideraba la mujer mas feliz del mundo, ya que, a pesar de todo su dolor, que no era poco, había una luz en medio de las tinieblas que la envolvían, una luz que la hacia seguir adelante, aun sabiendo que se dirigía a ningún lugar, a la nada misma, en donde solo la miseria y el odio son tus compañeros. Esta luz la hacia levantarse mentalmente, y decirse que no podía rendirse ahora, porque, aquel ser que le daba esa luz, la había levantado por vez primera, y ella había prometido a la luna y las estrellas no volver a caer, no caer por aquel ser que la había ayudado.

Llegó un momento en que la chica sintió que sus pies ya no responderían mas, y se desvaneció en el suelo, agotada, sin energía mas que para pensar y recordar sutilmente algunas imágenes, escenas, destellos de situaciones guardados en el más recóndito de los espacios del alma humana. Aquellos momentos que creíamos perdidos, pero que viven con la mayor vitalidad, que nos nutren, porque sus espíritus nos dan fuerza, ya que son momentos inolvidables, lugares y personas que nos han hecho cambiar para siempre.

Una vez en el suelo, la chica recordó la primera vez que lo vio, y que luego lo conoció. ¿Cómo olvidar aquel tono tentador, que la invitaba a la confesión? Imposible sería, mas bien, olvidar aquellos ojos, que con dulzura la miraban, entregando en cada paso, un don nuevo, un sentimiento nuevo. La verdad, la joven que ahí se encontraba no creía que algún día pudiera olvidarlo, el había marcado un lugar en su alma de niña, la había levantado del profundo pozo en que se encontraba, y la había abrazado, haciéndole sentir el cariño de aquella persona que, sabemos, nunca nos dejara solas. Ella deseo tenerlo de nuevo entre sus brazos, poder abrazarlo y decirle que ella le ayudaría, tal como el había hecho con ella. Poder abrazarle y decirle que ya nunca mas estaría solo, ni confundido, porque ella estaría ahí para tomarle la mano y decirle: “vamos, que hay que seguir adelante. Vamos, que el camino aun no acaba.” ¡Cuánto deseaba la chica, en ese momento, abrazarlo y entregarle su cariño! ¡Cuánto deseaba, simplemente, hacerle sentir todo lo que el le había hecho sentir a ella la primera vez!

La chica comenzó a dormitar, tanto era su cansancio. En sus sueños lo vio, como hasta hacia unos días lo había visto. Recordó la última vez que se vieron, una noche en que discutieron. Recordó que, aquella misma triste y lúgubre noche, el había partido, hacia aquel lugar a donde todos nos dirigimos, hacia donde ella no podría seguirle… Sintió que sus ojos se humedecían de nuevo, pero no llegó a llorar, ya que se lo había prometido, a él, a aquel que le había entregado cariño y amistad sin pedirle recompensa alguna. Soñó que él le tomaba la mano, le daba un beso en la frente, y el susurraba:

-Vamos, que el camino es largo, y yo estaré a tu lado. Vamos, que nunca te dejaré sola, nunca estarás sola. Vamos, que puedes comenzar de nuevo, olvidar todo y comenzar de nuevo. Vamos, que nunca te abandonare, y, aunque sea en tus sueños, te resguardare. ¡Levántate! ¡Ponte de pie! ¡Que el sufrimiento ha perdido una victima, y la esperanza a ganado un nuevo ser!

Separación

-No me mires así- le reprocho ella- La decisión ya esta tomada. Puedes despedirte.
Las lagrimas caían por las mejillas del hombre, y tanto su ceño como su boca, fruncidos, indicaban que sufría, profundamente. Sus manos entrelazadas con fuerza, sudando helado. Cabello alborotado, por haberse tironeado tanto, con desesperación. Con aspecto demacrado, el suplicó:
-Por favor, Emilia, no hagas esto- su voz sonaba pastosa, anegada por las lagrimas que ya no contenía- No me hagas esto. No podré vivir sin…
-Cállate- le espetó la mujer, haciendo caso omiso del gemido del hombre al verla tan fría- No me interesa lo que tengas que decirme. La dedición no cambiará, así que te recomiendo que te despidas cuanto antes, porque me estoy hartando, y no quiero retrasarme.- guardó un minuto de silencio y, al ver que él no se movía más que los espasmos de dolor que lo hacían tiritar, se acercó a la puerta de la casa, empujándolo hacia un lado- Apártate. Has perdido tu turno. Me voy.
El la detuvo, llorando desesperado.
-Está bien- murmuró- Sólo un minuto.
La mujer asintió con la cabeza, secamente, y salió de la casa, dejándolo adentro. El hombre, conteniendo la respiración, se agachó suavemente, y acarició el cabello de una pequeña que lo miraba con ojos llorosos, abrazando fuertemente un oso de peluche.
-Amor…- murmuró el padre, tragando saliva para no llorar- Mi pequeña… Te irás con mami, ¿de acuerdo?
La niña no se inmutó, sino que, en cambio, se lanzó a los brazos de su padre, sollozando en su hombro.
-No quiero irme, papi- gemía, aprentándole con fuerza- No quiero irme…
-Mi niña…- susurró él a su oído- Ya has oído a tu madre. Debes irte con ella.- las lagrimas volvieron a caer, por mas que intentó evitarlo- Te prometo que nos veremos de nuevo, ¿si?
-No te quiero dejar- murmuró la niña, dejando caer el peluche al suelo- No me quiero ir…
-¡Ay! Mi pequeña hermosa- él la estrechó con fuerza entre sus brazos, intentando grabar cada sensación dentro de su mente- Jamás te dejaré, ¿de acuerdo? Siempre estaré contigo, porque te amo, y no dejaré que me olvides.
-Nunca te olvidaré, papito- sollozó la pequeña, y sus palabras terminaron de romper las defensas del hombre. La apretó con fuerza, sintiendo cómo su corazón se quebraba en mil pedazos. Luego, sin querer alargar más la agonía a su niña, la alejó suavemente de sí, parándola al frente y tomándola por los hombros.
-Te amo.- intentó inyectar a su voz todo el matiz de seguridad que pudo- Te amo mucho, hija mía. No te dejaré, te lo prometo.
Ella asintió en silencio, llorando mientras contemplaba a su padre.
-Y ahora, niña, ve donde tu madre, que te espera- la apremió él, sonriendo tristemente.
-¿Irás a verme?- preguntó la niña, mientras se daba la vuelta para salir de la casa.
El titubeó un segundo.
-Claro, claro que sí, pequeña- murmuró, aguantando las lágrimas- Siempre iré.
Ella volteó la cabeza, y le sonrió, con inocencia y amor.
-Te quiero, papi- y salió de la casa, llorando.

Una vez que el ruido del motor del auto se hubo apagado por completo, el hombre entró en la casa, y cerró la puerta. Encendió una luz y miró entorno.
Un suspiro rompió el silencio, mientras, unas calles más allá, una niña sollozaba en silencio, con su rostro pegado a la ventana, y un oso de peluche entre sus temblorosas manos.

¿Al Alba?

¿Al alba?

La gota nace a esta vida aún antes que el alba. Depositada con suavidad en una hoja de árbol por la niebla nocturna. La gota permanece ahí, dormida, aún sin contemplar la maravilla de la vida. Cuando comienza a despertar el alba, la gota comienza a maravillarse del esplendor que se revela ante sus ojos. Pero, junto con este sentimiento de estupor, viene el miedo a lo desconocido, a lo que pueda venir después, al no saber qué es lo que se esconde tras las cortinas cerradas del futuro. La gota se siente angustiada, tiene miedo de dar un paso en falso. Aún no es de día, y la gota ya está aterrada del tiempo que pueda venir.

De pronto, el sol comienza a salir de su sueño, y la gota intenta esconderse de su luz y su calor. Pero del abrazo del astro rey nadie puede escapar, y la gota ve descubiertos sus miedos y sus imperfecciones a causa de la luz. En un intento vano de esconderse, la gota comienza a deslizarse por la hoja, sin percatarse de que está en el filo, de que tiene que decidir entre dejarse caer o lanzarse al abismo. La gota se desespera, y apura su paso por la hoja. La gota quiere alcanzar a ver y a sentir lo más que pueda antes que el sol la lleve definitivamente al vapor, al punto sin regreso. Pero, en su afán por verlo y sentirlo todo, la gota se pierde de las cosas más lindas de la vida. Se pierde el tono rosáceo de las montañas al ser tocadas por la luz; se pierde el despertar alegre de los pájaros sobre las ramas de los árboles; se pierde el suave baile de las nubes sobre su cabeza.

Y no deja de correr, no deja de escapar. Está al borde, y no se da cuenta.

Cuando ya nada hay que hacer, la gota se lanza hoja abajo para caer y desintegrarse, recién en el alba de su existencia, sin haber gozado en verdad cada segundo, por miedo a que todo terminara.

Hielo Eterno

Hielo Eterno


Despertó inquieto. Su corazón latía con fuerza, con violencia. Su respiración agitada levantaba su pecho cada vez más. Cerró los ojos y volvió a abrirlos, intentando calmarse. Se giró lentamente, conteniendo el aliento, como cada mañana. Y la vio. La vio ahí, dormida, angelical como ninguna, irradiando paz y amor a su alrededor, embelleciendo todo ser y objeto con su luz. Sus facciones suaves y delicadas se mantenían relajadas, en su estado natural, sin sonrisas forzadas ni muecas grotescas. Su cabello alborotado enmarcando su pálido rostro, de forma de corazón, otorgándole un aire de diosa, de ninfa salvaje.

Suavemente, él levantó una mano y, con su dedo, le acarició la mejilla. Ella no se inmutó. Un escalofrío recorrió la espalda de él cuando notó lo helada que estaba. Él siguió recorriendo su mejilla con el dedo, pero ella no despertaba. Al acercarse a besarla, algo los separó…

Él recobró de pronto la conciencia, mientras volvía a notar el bullicio, los gritos, los pasos acelerados…

Se apoyó en el suelo para incorporarse. Al hacer esto, notó un dolor punzante en el brazo izquierdo. Haciendo una mueca de dolor, se puso de pie, y comenzó a caminar cojeando un poco. La gente corría a su alrededor, llorando y gritando, tirando de sus cabellos, desplomándose en el frío asfalto, retorciéndose y convulsionando. Madres histéricas abrazaban a sus hijos, jóvenes parejas que se abrazaban con fuerza, y se besaban como si todo fuera a acabar.

Como si todo fuera a acabar…

Sintió frío y, temblando de miedo, miró hacia el cielo. Allí, cual símbolo de muerte, el sol se imponía, un sol viejo, casi al culmine de su vida. Un sol oscuro, otorgando al mundo sus últimos latidos de luz y calor.

El hombre cayó en la cuenta y, con lágrimas en los ojos, comenzó a correr con rapidez, sin importar ya el dolor de su brazo y su pierna. Corrió llorando, con un destino fijo. Corrió impulsado por el terror, mientras la temperatura seguía bajando, y el día iba tornándose oscuro, con una luz cansina y apagada, como el morir de una vela.

Abrió rápidamente la puerta, las llaves temblando en su mano. Quiso que todo fuera un sueño, que esto no estuviera sucediendo. Pero los aullidos de lástima de los perros le hicieron convencerse de que esto era real. Recorrió sin fijarse la casa, tropezando varias veces. El reloj seguía su curso, con su tic-tac tranquilizador. La casa estaba tal y como la había dejado hacía media hora, al salir al trabajo. Justo cuando, a mitad de camino, un horrible dolor se había apoderado de él, y se había desmayado en medio de un mar de gritos.

El camino a su cuarto se le hizo eterno, y cuando finalmente abrió la puerta blanca, se acercó con lentitud al lecho.

Allí, envuelta en blancas sábanas, estaba ella, el amor de su vida, su existencia misma, su aliento cálido. Ella dormía, con paz y amor en su rostro. Sus facciones suaves descansando con tranquilidad. El levantó su brazo derecho, y tocó su mejilla con un dedo. La halló cálida, y lloró de amor. La mujer despertó, sobresaltada por el frío contacto. Él le sonrió, y ella también.

El sol se había apagado ya, y las palabras quedaron congeladas en la boca de él, detenidas por el frío paso de la muerte. Su dedo en la mejilla de ella, acariciándola para siempre. Ella, con sus facciones suaves, mirándolo con profundo amor y ternura en sus ojos color carmesí.


junio 25, 2008

Recuerdos de ella.

Salió del antro con la palidéz de la luna y las piernas de agua.
Cogiéndose temerosa el vientre, caminó con lentitud por el callejón oscuro.
Su cabello era largo, llegaba hasta un poco más arriba de la cintura. Aquel día, lo llegaba enmarañado y sucio, desordenado.
Vestía una camisa de varón que le quedaba holgada, y bajo ésta una sudadera negra. Sus pantalones estaban gastados, así como sus alpargatas. De su mano derecha, aún afirmando el vientre, caía un bolso de mano, bastante prolijo y delicado, que ponía una nota estridente en el vestuario pobre y miserable de la chica.
Cuando llegó a la avenida, la luz de un poste le iluminó el rostro.
No era bella, mas sus ojos verdes siempre me habían llamado la atención. Su boca era pequeña, sin gracia. Pómulos planos y sin sonrosar. La luz me dejó ver dos surcos negros, que rompían la casi inexsistente armonía de su rostro. Se extendían desde sus ojos, hasta la mitad de las mejillas. Era a causa del maquillaje que solía usar. Sentí algo de pena al pensar que este aspecto que tenía ahora (doloroso, salvaje) le venía mejor que cuando andaba arreglada y maquillada. En aquellas ocasiones, quizás como forma de defensa, ella era altiva y violenta.
Y, sin embargo, este desorden que lucía ahora, este aspecto desamparado, la humanizaba más, haciéndola casi atractiva.
Se apegó a la muralla, y allí apoyó su cabeza. No se veía nada bien.
Tras algunos momentos, la ví enderezarse otra vez, y ponerse a caminar vereda al norte, sin volver la cabeza atrás.
Mientras se alejaba, distinguí que su camisa iba manchada de sangre, y que, entre cada paso que daba, iba dejando un rastro de sangre en la acera grisácea.
Nuna la volvía ver. Super que sus padres se cambiaron de casa, atribulados por la verguenza y la humillación pública a la que habían sido sometidos por su hija rebelde. Nadie en la escuela supo más de ella. Aunque, sinceramente, nisiquiera los profesores extrañaban a la "niña problema"
Los años han pasadp ya, y a veces, mirando el viejo callejón cercano a casa, pienso en ell, siento lástima. Y vuelvo a ver sus ojos verdes, tan altivos y, a la vez, tan miserables...

junio 02, 2008

++Melani++

Melani


Iba caminando solitaria por la calle, fumando un cigarro, meneando las caderas. La noche estaba ya oscura, y en el cielo brillaban unas pocas estrellas, las que no alcanzaban a ser opacadas por el brillo incesante de la ciudad. La avenida esta solitaria, hecho extraño en un día como aquel. Habitualmente, las calles rebosaban de actividad a aquellas horas, lo que era bastante bueno… y malo también.

Una brisa helada le ajito el cabello prolijamente acicalado. El color rubio que había adquirido le sentaba bien, más aun en las noches, que le hacía resaltar por sobre las demás. Miró hacia el suelo y una sonrisa triste cruzó su rostro. Aquel cuerpo tan lindo y tan dotado era suyo, solo suyo, y estaba a su entera disposición. Aquella ropa tan colorida y refulgente era suya, y estaba a su entera disposición. Aquellos ojos de felina, cargados de maquillaje vulgar, eran suyos, y también estaban ahí para ella. Aquellos labios, carnosos y enrojecidos por el labial, aquellos labios eran suyos, y de nadie más. Agitó su melena, volviendo a mirar al frente.

De pronto, recordó a Melani, y sus ojos, como cada vez que esto sucedía, se llenaron de lágrimas solitarias, lágrimas que, hacía tanto tiempo que no derramaba, que ahora solo se contentaban con salir a ver las estrellas de vez en vez, para luego ser devueltas a los ojos por medio de profundos respiros y sendas amenazas mentales. Miró hacia la luna, y deseó con todas sus fuerzas no ser quien era, no estar como estaba, no vivir como vivía. Sabía el daño que estaba haciendo, el daño que le estaba haciendo a Melani. Pero no, no había otra salida, no había otra forma de salir de esto… De hecho, en el fondo, no quería salir de esto, era un camino fácil, cómodo y rápido, un camino que le daba frutos rápidos, frutos que podía emplear en comprar una mejor vida, una mejor vida para Melani. “Es curioso”- pensó para sus adentros- “Es curioso que todo esto que hago, todos los errores que cometo, todos los pecados que he hecho, han sido por y para ella… Por ella, quien no me critica, pero me expresa con sus ojos el dolor que siente… Ella, que no me reprocha, pero llora cada noche por mi ausencia… Por ella, que no me dirige palabras amargas, mas no me dirige ninguna otra palabra… Por ella, a quien amo más que a mi propia y desamparada vida…”. Bajó la mirada al frente, y se encontró con un par de ojos negros mirándola con avaricia.

-¿Estás libre?- preguntó el hombre, acercándose y girándose alrededor de ella, escrutándola con el libido en los ojos.

-Para ti, claro, cariño...- repuso ella, con un nudo en la garganta, y subió al auto que le indicaba el hombre, ahogando la tristeza, con el recuerdo de Melani, la pequeña Melani, en su mente…