De pronto, abrí de un golpe mis ojos y los enfoqué la ventana junto a mi cama. Tenía la costumbre de dormirme observando la noche, por lo que al despertar lo primero que veía era mi reflejo somnoliento en el cristal.
Cuando dejé completamente la inconciencia, la borrosa silueta del árbol atrapó mi mirada, recortándose contra la oscuridad de la noche con sus ramas meciéndose suavemente a causa de la brisa otoñal. No sabría decir cuánto tiempo estuve así, contemplando extasiada la belleza de aquel simple paisaje; pero sí recuerdo que, en un momento de extasiada felicidad, extendí mi esquelética mano derecha con la intención de alcanzar una de las ramas de aquel viejo árbol para sentir su textura. No me sorprendió el hecho de que ésta atravesara el grueso cristal como si estuviese hecho de humo, o simplemente no existiera. Sonreí. Estirando más mi brazo, pude incluso agarrar una de las ramas más cercanas a la ventana. La sostuve con suavidad y me regodeé acariciándola, trazando círculos en la áspera madera, siguiendo sus líneas con mi pulgar. Cerré los ojos y me dejé llevar por el sentimiento de paz que me desbordaba.
En un momento, me sentí flotar por sobre mi cama, como si me hubiese elevado varios centímetros; mecerme con parsimonia hacia la ventana y luego atravesarla lentamente, como antes hiciera con mi brazo.
Estaba extasiada. La belleza de mi árbol nunca me había parecido tal, con tanta vida, incluso ahora en mitad de la noche. Me volví hacia el cielo y contemplé con emoción la oscuridad del cielo otoña, sobre la cual se extendía un manto de estrellas brillantes y magníficas, estrellas que nunca antes me habían parecido tan luminosas, ni tampoco tan numerosas. Y en medio de ellas se erguía la luna, majestuosa y gigante, alumbrando pálidamente todo lo que alcanzaba.
Deseé acercarme a ella, y en el acto me elevé en su dirección. Comencé a flotar hacia el cielo, sin poder apartar mi vista de mi objetivo. En un momento, cuando ya había dejado el patio de mi casa a mis espaldas, me llené de terror por lo que estaba haciendo, y me giré a observarlo. Me invadió una tristeza apagada por no haber podido despedirme adecuadamente de mis padres y mis amigos; sabía que, cuando encontraran mi cuerpo vacío en la mañana, sufrirían mucho dolor. Rogué con toda mi alma que no se les hiciera tan difícil, que tras un tiempo aceptaran mi partida y comprendieran que mi hora había llegado, un poco súbitamente tal vez, pero que nada se podía hacer para retrasarla.
Di una última mirada al lugar que había sido mi hogar durante tantos años ya, y luego me giré definitivamente hacia mi destino. Y sonriendo con toda la capacidad que era posible, me dejé llevar por mi conciencia, con la certeza de que así encontraría el camino correcto hacia mi vida, mi nueva vida; una vida que estaría llena de gracia y de amor; una vida donde todo sería perfecto, donde no existiría el tiempo ni los límites; una existencia donde esperaba, algún día, reencontrarme con mis seres amados, y vivir con ellos para toda la eternidad.
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