Aún antes que aquella noche llegase, ya sabía que sería la noche decisiva, y no porque hubiese algo que decidir, sino porque se llevaría, finalmente, a cabo tu elección. Como la lluvia corroe un edificio antiguo con paciencia de santo y constancia digna de un alfarero, lentamente y en silencio, escondiéndose entre la sombras de la nada y del ‘hoy todo bien’; así se desgastó el amor que nos teníamos. No, no hubo discusiones ni grandes gritos, ni noches en vela llorando; sólo dos corazones apartados el uno del otro, alejándose por caminos distintos casi sin quererlo. Y es que a veces el amor es para siempre, uno para toda la vida; pero otras es un niño caprichoso que, ante la oportunidad de irse a jugar, se escapa por la ventana cuando nadie lo ve y corre rápido para alejarse lo más posible antes que nadie note su ausencia. Al menos me consuela pensar en nuestro fugado amor como la figura de un niño: inocente, inconsciente, tierno. Porque aunque no fuimos muchas cosas (mejores amigos, compañeros de trabajo o estudio, padres), sí fuimos dos niños inocentes, inconscientes y tiernos; que entregamos todo sin reparo, sin preguntas, sin pedir nada a cambio. Pero, como es sabido, mientras más fuerte arda la llama, más rápido consume el combustible, y aunque lucha por seguir encontrando de qué asirse para no morir, termina decayendo y apagándose, dejando como único rastro de su existencia un cúmulo de cenizas humeantes. Y, al punto de aquella noche, yo era un cúmulo de cenizas humeantes y sangrantes, y tú un niño que se había escapado por la ventana, feliz en el sufrimiento de haberse atrevido a faltar a sus votos: “Mamá, te prometo no salir a jugar esta noche.” “Papá, te prometo que hoy me portaré bien” “Amor, te prometo que te amaré y respetaré hasta que la muerte nos separe”. Aunque no consideraba que se hubiese incumplido ninguna promesa, ya que si el amor había muerto para él, la muerte ya nos había separado, y sus votos –por tanto- terminados.
Esa noche, antes de marcharse, me preguntó si le odiaba. Medité un tanto antes de contestarle, a fin de ser sincera. No, la verdad, no te odio.
No fui capaz de terminarlo. El final es aún una incógnita, terrible, pero que deberá llegar en algún momento.