Cuentan que, en un pueblo lejano, un pueblo en que no había estrellas mas que en los cuentos de hadas, en un tiempo aún más lejano, existía un joven, casi un niño, enamorado perdidamente de una joven, casi una adulta. Ella era altanera, frívola y superficial, y en su mente ya cerrada, no cabía más pensamiento que el orgullo y el poder. Él, en cambio, con su tímida y joven alma no podía razonar con más razón que la de su corazón. Él sentía, ella pensaba. Él trabajaba, ella mandaba.
Y dicen que en su corazón no había más espacio que el que a ella pertenecía. Y dicen que en su pensamiento sólo estaba hacerle feliz, la mujer más feliz, mas plena y mas poderosa. El quería verla sonreír, coso si cada vez fuera la ultima, y seguía sus pasos sin descanso, sin querer contrariarla, solo admirarla y amarla en silencio.
Y cuentan que ella se percató de su interés, y, en su frialdad, calculó en secreto los pasos, para apoderarse de su corazón, de una vez y para siempre. Para tener todo lo que deseara, en las manos de él servidas.
Y ella lo encantó, con su perfume de ternura y su traje de pureza. Y con la voz mas melosa que existe, le cantó un sueño profundo de su alma, seguramente lo único sincero que el viento la oyó decir jamás: “Oh, amor, amor. Desearía tanto ver una estrella. Poder sentir su calor, pedirle deseos. Sentir su luz sobre mi, y saber que ya nunca mas estaré sola”
Y el la miraba, con profundo amor, jurándole la luna y las estrellas; prometiendo viajar por todo el mundo hasta encerrar en sus manos un poco de luz astral. Y ella sonreía, con una sonrisa de muerte, con una sonrisa que él, en su delirio, no era capaz de comprender.
Y cuentan que él fue feliz, y ella tuvo todo lo que quiso frente a sus ojos, porque él se encargaba de regalarle los objetos mas preciados por las doncellas de la época. Nada era suficientemente hermoso para su amor, y ella aceptaba, complacida, seduciéndolo hasta el éxtasis.
Y cuentan las historias, que, un día, tras recoger flores para su amada por el bosque, las flores más exóticas y las más hermosas, él la vio, y un gritó resonaría por mucho tiempo más en la tierra. Ella estaba frente a él, abrazada a otro chico, quien la besaba con pasión, y le abrazaba fuertemente. Y él, creyendo que su dama estaba en peligro, corrió sin pensarlo a atacar al usurpador de su amor. Y la chica, gritando horrorizada, vio como su amante mataba al joven que amor le había jurado, vio como la sangre manaba de su pecho, y él, cayendo de rodillas, la miraba tristemente. Y dicen que sólo una frase dijo, una sola frase que en el pueblo se le escuchó jamás.
-Perdóname, estrella- murmuró, y cayó fulminado al suelo, con los ojos en lágrimas, reflejando la luz de su amaba, quien miraba con horror el cuerpo inerte.
Y, de ahí en adelante, ella vivió atada por la culpa, la culpa de haber matado al único que todo le habría dado, sin nada esperar a cambio.
Y cuentan que, una noche, mirando al cielo, negro como siempre, algo brilló allá arriba, una luz nunca antes atisbada en la cúpula eterna. Era una estrella, una estrella que brillaba, solo para ella. Y, cuando la chica la miró fijo, una voz resonó en su cabeza, como proveniente de un sueño:
“Te amo, estrella mía”